Admitámoslo desde la primera frase: nadie habría previsto o barruntado esta alianza. Ni conocíamos grandes complicidades entre las dos protagonistas de este “cara a cara” (ojalá fueran así todos) ni imaginábamos que el revulsivo para ambas viniese por esta vía del encuentro intergeneracional. Porque Suzi Quatro es una histórica del rock con chupa de cuero a la que habíamos perdido el rastro y de la que no esperábamos mayores novedades, y porque la cantautora KT Tunstall, 25 años más joven que su sorprendente nueva socia, comenzó con hechuras de superestrella internacional en los años de su primer advenimiento (el célebre Eye to the telescope, de 2006) pero llevaba tiempo desinflada y sin que los cañones de luz apuntasen hacia ella con un mínimo de intensidad.

 

No son, en consecuencia, dos nombres propios en las cúspides de sus trayectorias. Tampoco comparten generación ni filiación estilística, hasta el extremo de que se hace complejo el ejercicio apriorístico de imaginar intersecciones entre sus universos e imaginarios. Nada parece encajar en el capítulo de las ideas prometedoras, pero, de pronto, este match inopinado entre la vieja fiera electrizante de Detroit y la ya no tan joven ni prometedora cantautora de Edimburgo sirve como revulsivo espectacular para las dos. Sobre todo porque no suena a ratos a la una o a la otra, sino a algo diferente, inesperado y complementario. Suzi aporta una voz más rasposa y macerada, claro, y Kate Victoria un empaque más dulce pero no menos temperamental. Pero las dos, a la postre, salen vencedoras.

 

E influye la cualificación de ambas para la escritura virtuosa, esa que les permite abrir boca con un Shine a light (nada que ver con la de los Stones) con regusto a pop radiofónico redondo, pero también a acertar con una balada acústica de voces armonizadas, la extraordinaria Illusion, por la que suspirarían hasta nuestras queridas First Aid Kit. En esa misma línea de refinamiento y sosiego abunda Truth is my weapon, mientras que Face to face ratifica la cualificación de las nuevas amigas para el pop sibarita guiado por piano y guitarra acústicos y batería acariciada por las escobillas.

 

Al final son múltiples los rostros y aproximaciones de este careo amistosísimo, una sorpresa clamorosa que parece guiada más por el chispazo del hallazgo y el goce del tiempo compartido que por un ánimo comercial o estratégico. La sororidad lúdica del corte final, The ladies’ room es inequívoca en ese sentido. Y es toda una suerte que las damas, esta vez, hayan consentido que asomásemos la cabeza a su habitación.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *