El rock progresivo siempre fue territorio para valientes, tanto entre quienes se subían al escenario como para los que se colocaban enfrente de él. En el caso de Van der Graaf Generator, la audacia era ya rayana con el vértigo. Si en el gremio se estilaba la complejidad, el cuarteto de Manchester era amante del laberinto. Y esa norma general se agudizó en este disco revirado hasta en su endiablado título. Si el prog-rock tiene por definición pompa y circunstancia, lo que se nos ofrecía en esta ocasión era droga dura.

 

Era el tercer álbum de los Van der Graaf (aunque algunos tienden a contemplar tácitamente el primero, The aerosol grey machine, como una obra solista de Peter Hammill), y en el cambio de década nada parecía poco ambicioso. Si The least we can do is wave to each other (1969) parecía un trabajo directo y, ejem, accesible, el siguiente esfuerzo debería acentuar las señas de identidad y elevar el listón del experimento, la oscuridad, la lisergia. H to he… debía erigirse en un artefacto casi de ciencia ficción, con Hammill agudizando la teatralidad de esa voz solemne y algo desquiciada; más propicia para el desasosiego que la complicidad instantánea.

 

Los oídos timoratos no eran bienvenidos. H to he… es tan enrevesado como fascinante. La tradición de los temas extensos en el reino del rock sinfónico aquí se traducía en mandato divino: solo cinco títulos, entre los seis y los 12 minutos largos, para cubrir los tres cuartos de hora de digresiones sónicas. Y el inaugural Killer (ocho minutos) como el prodigio mayor del reino, con su melodía al unísono entre Hammill y el bajo eléctrico, los aullidos del Hammond y, sobre todo, el saxo chirriante y desquiciado de David Jackson, que en algún otro momento del elepé también empuñará la flauta.

 

Las comparaciones con King Crimson resultaban inevitables, y con ellas la rivalidad. Pero la guitarra endiablada de Robert Fripp irrumpe como invitada estelar en The emperor in his war room, extensa crónica de un tirano atormentado por su propia maldad. La cara B, aún más inescrutable, aportaba dos bombas de relojería para el directo, Lost Pioneers over C, esta última una infernal y fascinante incursión en la ciencia ficción. Van der Graaf Generator se harían mucho más populares pocos meses después, girando junto a Genesis y Lindisfarne (ilustres compañeros del sello Charisma) y preparando el mucho más amable Pawn hearts (1971). Pero H to he… es la auténtica revolución, el triunfo de la libertad.

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