No pretendamos encontrar altas dosis de complacencia en un disco titulado Este mundo estúpido, porque contradicciones de esa envergadura serían impropias de una banda como Yo La Tengo. Quien busque vastos pasajes sonoros de naturaleza idílica hará bien en alejarse de los de Hoboken, una formación a la que la inminencia de su cuadragésimo cumpleaños dista de limar la fiereza de su mordedura. Qué va. Si en pleno paréntesis confinado el trío se quedó sin palabras y optó por una absorta entrega instrumental (We have amnesia sometimes), aquí recurre a las guitarras ásperas, el crepitar ruidoso y la enérgica filosofía del háztelo tú mismo que definió los primeros compases en la historia de la banda. Es un reto para ellos, como músicos comprometidos con una realidad que les incomoda; pero también para nosotros, como oyentes privados de sosiego. Llamémoslo catarsis. Y advirtámoslo con diagnóstico solemne: funciona.

 

En esta tarjeta roja a cualquier modalidad de escapismo, YLT consiguen volverse estimulantes como unos chavalillos revoltosos de los noventa (Fallout) u obsesivos cuando, como en el caso del inaugural Sinatra drive breakdown, el tema avanza a lo largo de más de siete minutos de patrones reiterativos y en la letanía de ese “Hasta que todos nos quebremos” que Ira Kaplan susurra una y otra vez al final de cada estrofa. En Tonight’s episode la obsesión sonora, acentuada por un bajo pedal perseverante, acontece a media voz para subrayar las sensaciones de inquietud ante la certeza de que nuestro ánimo puede aproximarse al abismo del estallido.

 

Todo muy fascinante, salvo en el caso de This stupid world, el tema titular, donde el índice de ruidismo puede acabar haciéndosenos cuesta arriba. Conscientes de ello, nuestros crudos hechiceros sonoros de Nueva Jersey compensan esos siete minutos y medio incómodos con otros siete minutos y medio finales, los de Miles away, de belleza devastada y voz manipulada hasta convertirse en una especie de alucinado cántico monacal. Muchos de estos paisajes parecen surgir de largas sesiones de improvisación en el cuartel general de YLT, y, a juzgar por el resultado, solo podemos desear que Kaplan, el bajista James McNew y la batería Georgia Hubley sigan concediéndose amplios márgenes para el ensimismamiento. Y permitiéndose paréntesis más melódicos y con ecos de Velvet Underground, como en la metafísica Until it happens (“Prepárate para morir mientras aún tengas tiempo”) o en el bello murmullo de Aselestine. Son 17 discos ya, 17, pero ni un leve indicio de espíritu acomodaticio.

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