Existe toda una generación joven de músicos gallegos que prima la indagación sobre las fronteras. Igual que Abe Rábade se aproximó al folclor desde su condición de eminente pianista jazzístico, otros intérpretes más asociados con la raíz también se han atrevido a llamar a las puertas de la música contemporánea. Es el caso manifiesto de Pedro Lamas, saxo soprano y barítono que desarrolló un papel decisivo en la Nova Galega de Danza pero ya venía de fundar hace un par de años la Orquestra de Jazz de Galicia. Lamas añade gaitas, ocarinas o dulzainas a su arsenal sonoro y se alía con el pianista asturiano Jacobo de Miguel. Pero lo que parecía llamado a ser un dúo se enriquece con otro de los imprescindibles de la música tradicional gallega actual, el acordeonista Xosé Lois Romero, circunscrito esta vez a su faceta de percusionista. Las composiciones de Lamas y De Miguel evitan restricciones, ponen un pie en cada territorio y dejan que la inspiración provenga del acervo tradicional para acabar dispersándose por paisajes a muchos kilómetros de la hierba y la aldea. La inaugural “Danza número 4”, por ejemplo, interpretada con bella tosquedad ancestral, puede remitir a geografías balcánicas, mientras que “Azougue” es la primera de las piezas que trae a la memoria, y mucho, aquel lírico The Paul Winter Consort que tanto triunfó por los escenarios españoles a principios de los años noventa. Si añadimos el probable influjo de Paul McCandless y Oregon, tendremos definido el universo de un trío siempre receptivo al estímulo (“azougue” es “mercurio” en gallego) y que coge mucha altura en un vuelo cada vez más alejado de la cornisa cantábrica. El despegue provoca siempre cosquillas en el estómago, pero no hay nada mejor que volar.

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