La característica más valiosa en este regreso de la incomparable Bonnie Raitt, que llevaba seis temporadas sin alegrarnos los oídos con material de estreno, coincide con el rasgo que algunos anotarán como su mayor defecto. Nada hay en Just like that…, álbum número 18 en una trayectoria que acaba de sobrepasar el medio siglo, que se salga del guion ni nos pille con el pie cambiado. Al contrario: la familiaridad que ya transmite la misma portada, con retrato sereno de la artista y su sempiterna melena pelirroja con mechón cano, es la misma que impregna los surcos en un regreso tan espléndido como exento de sobresaltos. Es decir, estamos ante el mejor disco posible de una mujer que no encuentra motivo para cambiar el paso con 72 otoños en el DNI y después de una carrera sólida, coherente y ejemplar como para que tome buena nota de ella la chavalería.
La sabia combinación de rock y blues con unas gotas de soul, folclor yanqui (Here comes love) y algunas trazas de sonidos jamaicanos vuelve a ser imbatible. Produce la misma Raitt en persona, por aquello de evitar dispersiones, y hasta el equilibrio entre originales, versiones y autorías prestadas es el propio de quien sabe hacer como nadie su trabajo.
Made up mind, la sensacional apertura, establece medidas y parámetros en la misma medida que Waitin’ for you to blow, que hace las veces de espejo para abrir la cara B: sonido cálido y equilibrado, guitarras y órgano soberbios, textura sedosa y relajada para servir de contrapeso a la garganta levemente granulada y con arrugas de la maestra Bonnie Lynn. Tan solo se advierte un cierto sesgo hacia la temática crepuscular, propio de estos epílogos vitales pero seguramente propiciado también por la tragedia pandémica, como explicita el homenaje a los fallecidos de Livin’ for the ones.
Puestos a cerrar ese círculo de asociaciones de ideas, Raitt se decanta por Love so strong, emblema de Toots Hibbert (Toots & The Maytals), para que su escala en el reggae provenga precisamente de una víctima durante el bienio negro de la covid. Esa es la connotación sombría y pesarosa de un álbum, con todo, resiliente: la propia partitura jamaicana es una píldora de fortaleza reconstituyente y el trabajo al Hammond del organista Glenn Patscha es particularmente adorable en Blame it on me.
Como guinda para redondear un gran trabajo, dos de los originales de la californiana, Just like that y Down the hall, adoptan un inusual tono más narrativo que encantará a los seguidores de Lucinda Williams. Pero no podemos consignar grandes novedades, para ser honestos. Bonnie sigue siendo la misma de siempre; es decir, una mujer muy grande.
Que bien, no cambien algunas cosas…