La mordacidad era esto. Mirar con atención a nuestro alrededor constituye a día de hoy un ejercicio incómodo y a ratos desolador, pero ahí tenemos a Chaqueta de Chándal colocándonos frente al espejo para que nos enfrentemos a nuestra propia mediocridad, cuando no estupidez. Aunque moleste, porque nadie dijo que la complacencia haya de ser consustancial al pop. Aquí puede que acabemos revolviéndonos en el asiento, pero no viene mal ni el baño de realidad ni su formulación sardónica.

 

Con ustedes, una decena de antihimnos para esbozar una sonrisa amarga y acabar pegando botes por no escondernos debajo del edredón y entregarnos al nihilismo. Y que viva la excitación de ese envoltorio oscuro y seductor con el que se nos suministra esta amarga dosis de bilis y escarnio. Era necesario, aunque duela. Porque ahora, al menos, queda la opción de abrir los ojos. O la de dar brincos con los amigotes, y que salga el sol por Antequera.

 

Guillem Caballero (voz, teclados), Natalia Brovedanni (voz, guitarra) y el batería Alfonso Méndez ya habían dejado muestra de su querencia irrefrenable por descalabrar títeres con un primer álbum, Gimnasia menor (2019), cuyo efecto se vio amortiguado por las calamidades que nos han acompañado a todos de un par de años a esta parte. Pero es el mismo influjo de la pandemia –y su amarga estela de devastación sin un solo indicio de mejoría como sociedad– lo que, con toda seguridad, contribuye aquí a afilar el discurso y volverlo aún más lapidario, despiadado y demoledor. A ningún santurrón, por ejemplo, le hará ni pizca de gracia Queremos ir a misa, repaso demoledor de todos los disparates y estropicios cometidos en nombre de la religión católica a lo largo de las últimas décadas.

 

Las historias de Chaqueta de Chándal pueden incomodar o mover al carraspeo, pero no son exabruptos baratos sino argumentarios lúcidos e ingeniosos. Ese mismo título del álbum –Futuro, tú antes molabas– es, por el amor de Dios, como para elevarlo a todos los estados de wasap e imprimir una línea completa de camisetas y banderines. No pretenden ir estos tres barceloneses de enfant terribles, entre otras cosas porque tampoco son ya unos chiquillos; pero sí llamar al pan, pan. Y, de paso, testimoniar ese colosal desafecto que termina ejerciendo como la más poderosa conexión intergeneracional en nuestro incierto tiempo presente.

 

Y si la letra, con un poco de punk entra, mucho mejor aún. Futuro… supone un salto sustancial respecto a Gimnasia menor porque es más exigente y crepitante en lo musical, porque no descuida la forma una vez que se ha afilado aún más el fondo. Por eso podemos sumirnos en una ironía amarga, pero no parar de canturrear a su costa: sobre nuestra dependencia de los fármacos (Vademécum), el desapego hacia la clase dirigente (La conquista del champán), las compras idiotas y compulsivas desde el sofá (¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir Bezos?), las disyuntivas baratas (Tú a Boston y yo a California) o el derecho a ser cascarrabias con De mayor quiero ser viejo. No se fíen de esa estética de fanzine underground que desprende la portada. Los CdC se nos han puesto muy serios en todos los frentes.

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