Hay discos que son obras meritorias, una golosina para los oídos intrépidos. Este de El Naán es, además de todo eso, una bendición. Un episodio revelador y relevante para la música ibérica de origen folclórico. Germinal llega con remite desde Tabanera de Cerrato, un municipio de esta comarca del este palentino, casi ya en tierras burgalesas, que ni siquiera alcanza los 150 habitantes. Desde ahí surge este fabuloso estallido de apego por las enseñanzas de la tierra y de nuestros antepasados (“Lo cantaba mi padre, y antes de él mi abuelo / Ahora te canto yo, y algún día mi nieto”, escuchamos en esa Tonada del carro inaugural), un alegato documentado y concienzudo que, con todo, no renuncia ni a la autoría propia ni a la expansión territorial. Porque no hay solo música de raíz castellana aquí, ni restricciones instrumentales, ni consignas más allá de las del respeto y la exquisitez.

 

Germinal se erige así en un tesoro. Una obra maciza, rigurosa, cocinada despacio y con sustancia, extendida hasta unos orondos 70 minutos en los que sobran, si acaso, muy pocos. La danza de las semillas (2018), su obra anterior, ya había disfrutado de repercusión internacional, ante la evidencia de que no le podemos poner puertas al campo (y nunca mejor dicho). Pero ese “espíritu mesetario” del que hacen gala se expande ahora con una obra de sonido detallista y arrollador, térreo y sustancioso, abundante en percusiones y en ritmos quebrados. Imparable como, si buscamos antecedentes en el gremio, solo se nos ocurren los mejores discos de Eliseo Parra, Berrogüetto o Radio Tarifa.

 

El de Eliseo, por proximidad geográfica con el vallisoletano, puede servir como principal referente para quienes se adentren sin más hoja de ruta en esta cuarta obra de los tábanos, que tal es el gentilicio de su pueblito. La voz nítida de Carlos Herrero y la poesía y dirección musical de Héctor Castrillejo sirven de andamiajes principales en un edificio en el que no faltan los sensacionales saxos de César Tejero o la percusión intrépida de Adal Pumarabín, ese tinerfeño que hizo de Palencia el epicentro de sus pálpitos. Salvo Cuando el ruido regrese, que alude con elegancia tácita y poética al ensimismamiento perplejo y atemorizado de la pandemia, es hermoso comprobar cómo no es fácil distinguir los cortes tradicionales de los de autoría propia, que crecen hasta una mayoría muy holgada.

 

Sí son muy reconocibles, en cambio, las voces invitadas: el coruñés Xabier Díaz, como siempre soberbio, en El pájaro de Vegamián, o Santiago Auserón, protagonista directo en Lengua negra pero invocado un par de cortes más tarde con la muy cubana Plegaria para San Juan Perro. Puede que las incursiones del final en el folclor iberoamericano, con la brasileñizada Tierra mojada o ese Festejo de vida alentado por el espíritu de Mercedes Sosa, resulten un poco menos convincentes, pero la sensación general de Germinal es de plenitud avasalladora. Ha sucedido algo importante en la historia de la música peninsular de raíz. No lo minusvaloremos ni malbaratemos, por favor, porque este es un canto de esperanza para mirarle al futuro con un ápice de fe.

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