Pocos trabajos se las ingenian de una forma tan elegante y sofisticada como Time’s arrow para reflejar la perplejidad y el desasosiego ante el paso del tiempo, incluso la desorientación sobre el momento histórico que atravesamos y cómo se traduce en el ánimo esa percepción de la modernidad. Porque el séptimo álbum de las teclistas y vocalistas Helen Marnie y Mira Aroyo lo tiñe todo de capas superpuestas de sintetizadores y visiones más o menos sombrías en torno a este mundo atolondrado e insensible con el que nos ha tocado lidiar, pero evoca a cada rato bandas, nombres propios y sonidos que agudizarán la nostalgia entre los amantes de los años ochenta. Así que podemos hablar de un álbum tan anacrónico como hijo de su tiempo, lo que sin duda es una paradoja a la par meritoria, desconcertante y francamente divertida.

 

Así se las gasta el dúo femenino de Liverpool, una formación con casi un cuarto de siglo de andanzas que se rearmó enérgicamente a raíz de su homónimo álbum previo (Ladytron, 2019) y ahora maneja como nadie esa dialéctica cambiante entre lo analógico y lo digital, el fervor y la frialdad, el pálpito y el hieratismo. La inaugural City of angels nos sitúa de antemano sus buenas cuatro décadas atrás, en algún feliz lugar intermedio entre Ultravox y Orchestral Manoeuvres in the Dark, aunque el ascendente de OMD se torna todavía más evidente con el caso de The night, que parece confluir a cada rato en los parámetros de Enola Gay.

 

A partir de ahí se impone la diversificación de fuentes, por aquello, seguramente, de acentuar la sensación de viaje en el tiempo. Mira y Helen siguen siendo muy hábiles cuando se enfrascan en el hieratismo robótico a la manera de Kraftwerk, y así Flight from Angkor tiene ese frío y subyugante aliento de krautrock. Pero la herencia múltiple de Cocteau Twins, una de esas bandas citadas e imitadas hasta la extenuación, aflora también aquí gracias a Misery remember me o incluso al viaje atónito que representa Sargasso sea, un instrumental que, en efecto, no necesita una sola palabra para sugerir muchísimas cosas. Desde la placidez al escapismo, e incluso al estupor.

 

En último caso, siempre nos quedará el synth pop de libro, ese Faces que es un single como una catedral. Rejuvenecidas y nostálgicas, Ladytron se convierten en un faro intergeneracional y una manera de conducir el anhelo de sororidad hacia una nueva dimensión.

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