Quienes aún sueñan con un disco de Lloyd Cole que sirva como nexo de unión a sus años de gloria junto a los Commotions quizá debieran asumir que difícilmente verán concretarse sus anhelos. Este próximo 2024 se celebrará el cuadragésimo aniversario de su obra seminal, aquel Rattlesnakes que le convirtió en una de las más sensacionales revelaciones de la década, y parece claro que el geniecillo de Buxton no tiene interés por reverdecer glorias tan pretéritas. Después de discos orillados al country, experimentales o casi electrónicos, este On pain, duodécima entrega ya en solitario prolonga las indagaciones de su inmediato antecesor (Guesswork, 2019) por el trémulo synth pop tan en auge en sus años mozos; justo aquellos en los que él más renegaba de aquellos destellos de los teclados.

 

On pain, el corte homónimo, marca ya de partida las directrices de este viaje, no exento de nostalgia ni de amor por el elepé como unidad de medida, y tampoco ajeno a los arañazos y cicatrices que van acumulándose en cuerpo y alma según vamos sumando horas de vuelo. Lloyd no solo canta y compone (a veces en coalición con dos exintegrantes de los Commotions, Blair Cowan y Neil Clark), sino que programa y ejecuta casi todo en su estudio doméstico, lo que acentúa la marcada impronta personal del álbum. Y su aire sintetizado, claro: solo la agitada e instantánea Warm by the fire tiene apariencia de pop-rock a la antigua usanza. Aunque engañosa: sí, esa batería que escuchamos también es una mera maquinita.

 

Pero el punto de inflexión definitivo lo encontramos en I can hear everything, donde encontramos por vez primera efectos y manipulaciones en torno a la voz de Cole (sin autotune, evidentemente). El efecto resultante es muy curioso: al principio puede parecernos un remedo magnífico de unos Pet Shop Boys en modo sosegado, pero termina recordando en timbre e inflexiones a un Tom Chaplin al frente de un temazo de Keane.

 

En The idiot, buenísima, recupera Lloyd su tradición como gran contador de historias (en este caso, las peripecias berlinesas de Iggy Pop y David Bowie), y lo hace con una despampanante exhibición de ese talento melódico con el que deslumbró al mundo desde el primer día. En contraste, la segunda mitad del álbum, la comprendida entre el quinto y el octavo corte, es más experimental, sosegada y ensimismada, empezando por ese You are here now en el que nuestro protagonista recuerda al Paddy McAloon (Prefab Sprout) recluido por culpa del síndrome de Ménière, el que a partir de Andromeda heights (1997) se vuelve cada vez más autogestionario. Pero el resultado, en las dos escalas finales del recorrido (More of what you are y Wolves), es tan extático y seductor como para que lo aplaudiera William Orbit.

 

Definitivamente, Lloyd Cole se ha propuesto y conseguido que no le tengamos solo por el autor de Perfect skin. Ahora tendrá una repercusión menor, pero ha llegado bastante más lejos.

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