Habrá de llegar el día en el que el todavía poco divulgado Lluís Capdevila sea finalmente reconocido como lo que es, uno de los pianistas y compositores de jazz contemporáneo más brillantes que operan por tierras ibéricas durante esta última década. En Lament, su sexto trabajo con repertorio propio, decide regresar a su querido formato de piano solo tras la amena incursión de Social (2021) en los vericuetos de la escritura para trío, por lo que de alguna manera ambos trabajos ejercen así como haz y envés, un reequilibrio entre las dos almas del artista, la expansiva y la más introspectiva y ensimismada. La soledad interpretativa siempre tiende a asociarse con la aridez, pero Capdevila encierra tanta emoción en las partituras y ha desarrollado un pulso tan fino a la hora de materializarlas que el disco acaba disfrutándose como un prodigioso oasis de sensibilidad y quietud frente al estruendo característico de la vida moderna.

 

El mayor mérito de este tarraconense de Falset afincado en Lleida (y residente en el auditorio Enric Granados, un lugar de acústica majestuosa) radica en su capacidad de conjugar la excelencia y la profundidad del academicismo con la sencillez aparente y un instinto melódico que le convierte en un autor perfectamente accesible para un oyente más circunstancial. Le avala un currículo portentoso, esa beca Fulbright que le permitió titularse en la universidad Stony Brook de Nueva York con unas referencias excepcionales entre el profesorado; pero también su interés insaciable por los Beatles o por Billy Joel, con quien coincidió en la Gran Manzana y del que interiorizó el gusto por “hacer lo que de verdad te pide el cuerpo”.

 

Quizá de ahí provenga esa habilidad para las piezas breves, casi siempre por debajo de los cuatro minutos, y con un encanto desprovisto de preámbulos, circunloquios o grandes soliloquios improvisados. Le pasaba ya con Ètim, su singularísima exploración de las conexiones con la enología y cómo la música quizá contribuya –quizá– a robustecer un buen tinto. Las 10 piezas de Lament son así: directas, precisas, hermosas… y resueltas en 37 minutos escasos. A menudo absortas y contemplativas, por hacer honor a su título, pero no por ello menos deslumbrantes.

 

Desde Iberian momentum a Confessions o, sobre todo, la lindísima Fountain, he aquí nuevas pequeñas miniaturas que agrandan las buenas vibraciones en torno a Lluís, ese gigante al que el mundo aún no se ha puesto a escuchar con el interés suficiente. Lament es una oportunidad clamorosa de corregir ese déficit de atención, aunque al autor le queda por explorar la posibilidad de enriquecer algunas de estas formulaciones mínimas con un formato más arropado.

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