El sábado 26 de mayo de 1973, hace justo ahora la friolera de medio siglo, una Carole King en estado de gracia afrontó uno de los momentos más icónicos y paradigmáticos de su trayectoria como artista en solitario: un concierto al aire libre y entrada gratuita en las praderas del Central Park de Nueva York, la ciudad donde había venido al mundo en febrero de 1941 y donde sentía la llamada del hogar, por mucho que la vida artística le llevara por entonces a un frenesí constante de desplazamientos. A la cita acudieron más de 100.000 personas, una cifra abrumadora pero no imbatible: Paul Simon y Art Garfunkel acabarían quintuplicándola aquel 19 de septiembre de 1981 en el que oficiaron su concierto de (efímero) reencuentro, uno de los dobles elepés en directo más difundidos de la historia.

 

En cualquier caso, apenas un par de años después de la conmoción de Tapestry y frente a sus vecinos de la Gran Manzana, esta cita de hace cinco décadas disponía de muchos mimbres para convertirse en un evento histórico. Toda la tarde amenazó con lluvia y tormenta, para otorgar una dimensión más épica a la cita, que al final pudo desarrollarse sin incidentes meteorológicos. Y no solo se pulsó la tecla de rec para la ocasión, sino que un despliegue audiovisual muy ambicioso para la época se dispuso a inmortalizar la ocasión. Que tanto el álbum como el documental hayan permanecido 50 años en la cajonera es profundamente llamativo, pero también elocuente. Porque solo los grandes amantes de la obra de Carol Joan Klein disfrutarán de Home again en toda su intensidad.

 

Puede que King, en el más dulce momento de su vida artística, fuese la primera que no calculase bien sus propios puntos fuertes. Durante los 20 primeros minutos, la autora de You’ve got a friend se enfrenta a voz y piano, desde la más completa soledad, a un somero repaso de grandes éxitos, desde Beautiful a Been to Cannan, It’s too late o un Sweet seasons tan emotivo y enfático que la afinación se le escapa en el último tramo. Ni siquiera ahí carga el menú con los platos fuertes de Tapestry, y la aspereza y austeridad del formato resulta arriesgada ante un auditorio multitudinario, pero la honestidad y emoción suplen con creces los flancos débiles.

 

Y a renglón seguido, en un gesto de confianza casi suicida, Carole hace entrar a su rutilante banda –11 músicos de altísimo nivel, entre ellos un sexteto de metales– con el exclusivo cometido de abordar en su práctica integridad el disco Fantasy, un amago de álbum conceptual al que aún le faltaban un par de semanas para ver la luz. Es decir, el plato fuerte de la comparecencia fue el estreno de un elepé que ninguno de los allí presentes podía conocer y al que la historia no coloca entre las obras más inspiradas de su firmante.

 

Con todo, ese primer rodaje público de Fantasy acaba propiciando algunos momentos fabulosos. You light up my light merece un puesto en la zona alta de la clasificación de mejores baladas de todos los tiempos, mientras que Corazón y Believe in humanity son dos sorprendentes ejemplos de versatilidad, con King haciendo maravillas entre la música latina (muy influida por el ejemplo de Santana) y el r’n’b más abrasivo.

 

Entre medias quedan otros momentos hermosos, sepultados en la memoria colectiva por el asombroso cancionero de la neoyorquina: You’ve been around too long, Being at war with each other o A quiet place to live. Pero King, genio y figura en todo su esplendor, opta por despedirse de la muchedumbre con otro giro de guion: concede You’ve got a friend, nada menos, pero nuevamente sola en el escenario, desaprovechando una compañía cualificada para una reinterpretación espectacular. Es otro gesto de orgullo y amor propio. Y, pese a todo, funciona: ahí sí que parece detenerse el tiempo y la respiración de esas 100.000 almas, desconcertadas ante un concierto menos canónico y más impredecible de lo que seguramente imaginaron.

 

 

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