Las segundas partes cargan con un lastre de partida, el que les endosa su propia condición de secuela. Sucede per se, como una característica consustancial, pero también pueden ser lo suficientemente brillantes y aprovechables como para que acabemos obviando el hándicap y disfrutándolas desde una perspectiva paritaria. Todo ello le sucede a este segundo volumen de Turning on the century, que llega apenas nueve meses después de su hermano mayor y, en consecuencia, carece de la dimensión novedosa que supuso entonces el anuncio de esta colaboración trasatlántica y a distancia entre dos geniecillos de la canción redonda, afable y soleada a los que rara vez apuntamos con el foco de luz que merecerían. Pero la entrega es más prolongación que redundancia, así que se puede disfrutar enteramente con independencia de que conociéramos su antecesora o intercalemos las escuchas sin orden predeterminado.

 

Como ya sabrán o recordarán los más documentados, Jonson proviene de la más excelsa tradición del Greenwich Village neoyorquino, una escena que lleva frecuentando y enriqueciendo nada menos que medio siglo, mientras que Ramírez Exposure es la denominación artística del valenciano Víctor Ramírez, que podríamos considerar hijo de Marc por cuestión generacional y como heredero estilístico. Los dos vuelven a enzarzarse en un duelo cordial en esa búsqueda paritaria de la canción pletórica y radiante, siempre con vistas a la escuela clásica californiana. Y así, en ese intercambio de partituras a ambos lados del ancho mar, el de Long Island aporta las páginas impares, de la 1 a la 11, mientras que las cinco propuestas pares provienen de la costa mediterránea.

 

La entente, prolongada ya a lo largo de dos álbumes, acaba teniendo algo de simbiótico en cuanto a su desarrollo estilístico. Seguramente las dos páginas más brillantes de la entrega sean la dupla inicial, In the rain (Happy sparrow), de Jonson, y  Good vibes never lie, a cargo de Ramírez. Y es curioso comprobar que se comportan como primas hermanas, en ambos casos con el estribillo como bandera y punto de partida, y la estrofa relegada a la parte B. Pero hay otro tema particularmente grande, obra de Marc, que es ese Streetlight boys que sirve como colofón y homenaje explícito a todos los grandes referentes y al ideario musical de la pareja. Empezando, claro está, por Brian Wilson (The Beach Boys), al que se menciona en el primerísimo verso. Por si alguien no se hubiera dado cuenta.

 

Si el mano a mano se concibe como una batalla cordial, es de justicia señalar esta vez a Marc como ganador simbólico de la partida. Suyas son las otras grandes contribuciones de la entrega, como Night full of dreams y I don’t wanna go, ambas con un cierto deje a Roy Orbison (y la segunda, de hecho, con un amago de producción a lo Jeff Lynne, aunque sin tanta pompa). Y también toca sucumbir a los encantos de Baby gets close, tiempo medio soberbio que entronca con esos Beach Boys más reposados y menos playeros de los primeros años setenta. Es razonable pensar que este trabajo a cuatro manos entre Marc y Víctor podría haberse sustanciado en un solo elepé algo más extenso, pero estas 11 nuevas muestras refrendan una habilidad nada frecuente a la hora de cuadrar las piezas del puzle de la canción inmaculada.

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