La dimensión curativa de la música (“And the healing has begun”, que diría el amigo Van Morrison) es un valor irrebatible desde una perspectiva física, sensitiva y científica, pero hay ocasiones en que se manifiesta de manera particularmente intensa. Esta es una de ellas. Coincidiendo con un momento de apertura emocional y sinceridad a flor de piel, en el que incluso ha confesado que sus inicios como compositor fueron una válvula de escape para sobrevivir a graves episodios de acoso escolar, Ólafur Arnalds ha sido capaz de concebir uno de los álbumes más bellos y serenos de un año, este 2020, que jamás se hizo merecedor de ninguno de estos dos adjetivos.

 

El joven y prolífico compositor islandés siempre ha sido hombre de paisajes sonoros muy sutiles, cercanos a lo que bien podríamos considerar una segunda gran generación de minimalistas. Pero este posicionamiento estético bien pudiera tener algo de revolucionario: proclamar la belleza de la quietud, en un entorno occidental en el que todo es agitación, supone una rebelión de primer orden. Igual que hay un ingrediente casi transgresor en la sugerencia de que lo detengamos todo durante los 40 minutos de este some kind of peace (escrito todo en caja baja, como quien habla en un susurro) para sumergirnos en un viaje plácido pero intenso. A veces sugerente en sus esbozos electrónicos, como en esa pieza inaugural (Loom) urdida junto al gran hechicero electrónico Bonobo. Pero otras inequívocamente térreo, telúrico y apegado a la raíz, como en la hermosísima Woven song, donde el casi tintineo del piano sirve para acompañar un canto ícaro de una curandera y chamán peruana, Herlinda Agustín Fernández, heroína indígena fallecida en Lima hace ahora diez años.

 

La conexión espiritual y trascendental también aflora en el corte final, Undone, que recupera la voz de Lhasa de Sela, divina y eternamente añorada cantante mexicana. Pero el gran descubrimiento vocal del álbum lo protagoniza JFDR, una joven y fascinante cantante de Reikiavik (su nombre en el DNI, Jófríður Ákadóttir, es bastante más difícil de retener), que alza todo su magnetismo en la excepcional Back to the sky, justo en el ecuador del disco.

 

Arnalds ya lleva años figurando en la nómina de los grandes compositores del nuevo siglo, una consideración que some kind… no hace sino revalidar. Pero con un añadido sutil, como todo en Ólafur: su música se ha vuelto más orgánica y táctil, menos dependiente de la máquina y el ingenio tecnológico. Una consecuencia directa de que el islandés se avenga a abrir su corazón. Y un motivo añadido para enamorarse aún más de su obra, que bien merece, como él mismo en portada, ser disfrutada con los ojos bien cerrados.

 

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