Hay algo de heroico y entrañable en la tenacidad hermosa de Suso Giménez, neumólogo de éxito que reincide en su faceta artesana de cantautor al que todavía no le hemos hecho suficientemente caso al frente de Petit Mal. Es una faceta pasional, devocional y casi sobrevenida, a la que ha de atender porque no le queda más remedio, porque las canciones se le agolpan en la cabeza y le piden paso con gesto humilde pero honestidad inquebrantable y paso alegre. Como que nada ocurrió es la toma de posición de un hombre que carga con las cicatrices que fue dejando una juventud ya superada e irrecuperable, pero que asume las inseguridades y temores del futuro con la dignidad y entereza de un ser humano de trasfondo bello.

 

Como que nada ocurrió es, y de alguna manera ya lo sugiere el título, un revulsivo en formato de folk-rock, una conjura interior para avanzar y sobreponerse a los tropiezos y las incertidumbres; a esquivar las piedras del camino o confiar, al menos, en minimizar el alcance y las dimensiones del roce de la herida. El propio nombre de la banda, un término médico referido a las crisis de ausencia, hace hincapié en esta dialéctica entre la congoja, el estupor y la búsqueda de alicientes. Y Giménez lo expresa y desarrolla de una manera muy instintiva, dejando que afloren las músicas que le anidan en la cabeza. Y que no son unidireccionales, como le sucede a todo buen melómano: porque las guitarras de Haré como que nada ocurrió, el espléndido punto de partida, apelan al Neil Young eléctrico o el Bowie deslumbrado por el glam, pero no son pocas las referencias posteriores a un folk-pop más intimista y deudor de personajes como Ray Lamontagne o Bonnie “Prince” Billy. Y más aún cuando la inspiración llega en forma de versos en inglés, como sucede con Water or snow, en compañía de Carolina Otero & The Someone Elses.

 

Los guiños folkies y campestres ya pueden entreverse desde Quizá sea mucho pedir y Xavo Giménez desenfunda el banjo para Desde el pedestal, ácido retrato de un tipo engreído y cretino al que cualquier oyente podrá poner cara en función de sus experiencias propias. Embarcado en un cruce generacional y estilístico desprejuiciado, el propio de quien colecciona vinilos desde la pasión plural y no la mirada restrictiva, nuestro galeno del rock levantino puede hacer escala en el power-pop vitamínico (Para no desesperar) en el mismo álbum en el que la tersura acústica de Como si fuera normal podría convertirle en compañero de gira de un The Tallest Man on Earth.

 

Suso tendrá que pasar consulta y curándonos con la medicina de la ciencia, pero la terapia alternativa que proponen estas canciones honestas y bien armadas constituyen un delicioso plan B. Alguien tan dylanita como él –y en eso nos recuerda a Nacho Para– sin duda merece que nos fiemos de sus recetas.

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