El valenciano Samuel Reina había rubricado ya un par de discos de aire folk, sensibilidad e inteligencia evidentes, el primero en inglés y el segundo en castellano, y ambos difuminados por la avalancha de producciones peninsulares o la ausencia de una promoción favorecedora. Tal vez este tercer elepé no sea precisamente el más idóneo para abandonar la franja del anonimato, en vista de su espíritu libérrimo, personalísimo, marciano y, a ratos, hasta disparatado. Pero al menos puede darse el gustazo de ironizar sobre su propia falta de predicamento con la flagelación demoledora de Mientras España me olvida, en la que él mismo se repite, una vez tras otra: “Solo soy un tipo con un portátil y una poca autoestima / Frente a mi aparato creo mi fracaso mientras España me olvida”.

 

Orilladas las pretensiones de popularidad, Reina puede mostrarse desde el ensimismamiento radical de su habitación, allí donde ha compuesto y registrado estas 12 canciones breves en las que solo escuchamos sus voces y guitarras, en ambos casos dobladas y hasta procesadas para generar efectos sonoros inquietantes. Prohibido hacer fuego es un disco crudo, arisco, disidente y, en último extremo, profundamente fascinante; la válvula de escape de una mente lúcida que va hilando pensamientos taciturnos y conclusiones incómodas a medida que la losa de los confinamientos y la pandemia se nos asentaba en las entrañas.

 

La renuncia a las formas tradicionales de la canción propicia la sorpresa perpetua, la incertidumbre sobre una hoja de ruta que termina dibujando un laberinto interior desconcertante, sugerente, amigo del estímulo. De ahí, de ese gusto por los interrogantes y el desprecio por las respuestas, puede que provenga ese tratamiento fotográfico de todo el álbum, con Samuel, valenciano del año 80, ocultando su rostro ante la cámara.

 

Abre Klaus Kinski, donde nuestro protagonista, por tesitura de barítono, dicción y hasta fraseo, parece un Javier Krahe jovencito. Gloria empieza como una canción infantil (“Había una vez un barquito chiquitito…”) para enseguida volverse turbulenta como una pesadilla avalada por Robert Wyatt. Y Pa siempre es mi corona acentúa la sorna y el vitriolo desde una aproximación acústica y melódica más afable, aunque su singularidad formal puede acercarla a los territorios sentimentales de Vainica Doble.

 

Réquiem para algún colega es triste y extraordinaria, quejumbrosa como el mejor Bon Iver e intensa en su inflexión más agua (“Loca perdida, que barata vendemos la vida”). Pasarse el sekiro se erige en dadaísmo puro, entre las menciones a Fernando Simón, Donald Trump o los “concejales de Urbanismo recitando a Joy Division” y su deje final a Ismael Serrano. Una entonación que vuelve a aflorar con Y ahí estás, una balada preciosa y arpegiada, lo único remotamente parecido a un single o tarjeta de presentación al uso.

 

Quizá el ascendente de Serrano se atisbe también en Todas tus sombras, aunque, a diferencia del madrileño, Reina se escora hacia el desencanto político y la exaltación de las relaciones personales. En cualquier caso, es difícil encontrarle parecidos a este artefacto de soledades, inquietudes y carcajadas grotescas. Y eso es, precisamente, lo que lo hace tan atractivo.

2 Replies to “Samuel Reina: “Prohibido hacer fuego” (2021)”

  1. Estoy de acuerdo contigo, Fernando. Yo añadiría la fascinante facilidad que tiene Samuel de componer canciones que contienen canciones, elaborar patchworks sonoros de aparentes disonancias que sorprendentemente encajan a la perfección en un complicado y sugerente puzzle, incómodo en ocasiones, pero seductor y diletante.

    1. Muchas gracias por escribir y por tu aportación, Josep Manel. Muy interesante: no lo había pensado, pero estás en lo cierto. Larga vida a la gente que se sale del carril central, como el bueno de Samuel… 🙂

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