El juego de la autodefinición siempre resulta esclarecedor y elocuente, pero además permite ajustar el tiro y evitar epítetos más descarriados. El malagueño Nacho Sarria ha decidido proclamar desde la pegatina que reluce en este segundo elepé su compromiso con el “rock retrofuturista” (sic), una etiqueta resultona, seductora y descriptiva, bien traída para la ocasión, que evita otros apelativos más vagos o descarriados. O simplemente coloquiales, como el de viejoven, que le viene al pelo –pelazo– a este aún veinteañero del Rincón de la Victoria que se comporta artísticamente como si nos encontráramos en plena década de los setenta, las grabaciones discográficas fueran procesos analógicos y a nadie se le hubiera ocurrido aún ni las coreografías desquiciadas ni la conjugación del verbo “viralizar”. Maravilla.

 

Ventajas de haberse amamantado con la crema sonora de los Beatles, como resulta evidente en el crescendo melódico de metales con el que se va desvaneciendo el tema titular del álbum, situado en la estratégica última posición con el mismo ánimo señalador de Fundido a negro, el ya extraordinario corte escogido hace tres años para la caída del telón en su homónimo álbum de debut. Aunque, bien pensado, también hay algo de los compases finales de Señora azul, de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán (que a su vez concluían aquel disco histórico, 50 años ha), en la manera escogida para rematar esa fantástica El mundo es cruel (pero creo en él).

 

Puede sorprender un título tan tenebroso, aun desde su ambivalencia, en un autor al que por edad se le suponen todavía pocos traumas vitales, aunque una parte significativa del disco parece ensombrecida por un proceso de crisis existencial y rearme anímico. El fantasma se agita desde la misma pieza inaugural, El cálido paso del tiempo, donde Nacho avisa: “La infancia llegando a su fin / delante me aguarda lo incierto / Hay 20 versiones de mí / ¿quién soy de verdad?”. Nunca es demasiado pronto para formularse las grandes preguntas, bien es cierto, y más si esa canción concreta refleja el apego de Sarria por el mejor Camilo Sesto, aunque sea desde una postura menos manierista.

 

Porque la psicodelia –o retrofuturismo– de los orígenes, la que en el primer elepé quería remitir a unos Doors contaminados por el paisanaje de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, se ha españolizado en El mundo es cruel, un disco en el que, por decirlo de manera gráfica, páginas como Mala racha (otro título sobre incertidumbres) remiten más a los Módulos que a Jefferson Airplane. Y donde se desliza incluso un tímido ramalazo de reggae para Mi amor no se vende (se regala), mientras que Rosas negras llega más allá y tantea los nada mileniales territorios de bolerazo (!).

 

Y así, de sorpresa en sorpresa, transcurre un álbum donde algunas letras pueden pecar de cierta bisoñez (“Enamorado de la vida / frente al dorado atardecer / Solo en las cosas más sencillas / encontraremos el placer”, en ese revulsivo que se propone ser Algo bueno va a venir), pero que denota una mirada musical tan madura, versátil y edificante como confiar, en efecto, en grandes cosas venideras. Sarria ya es una realidad flamante a día de hoy, un tipo tierno, sensible, capaz de exponerse e incluso de aportar una cierta dosis de pop sintetizado y bailongo a Flor, una pieza que no habría desentonado en los discos más potables de La Unión. Ahí queda eso.

 

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