Cuidado con la primera vez que escuches Scott 4. La experiencia es conmovedora, en general, pero además conlleva el peligro de esas obsesiones a las que a veces nos somete nuestra propia memoria auditiva. ¿Cuántos no se habrán podido quitar de la cabeza ni del tarareo interior Angels of ashes, con su melodía reiterada una y otra vez a partir de una leve modulación?
Ese prodigioso juego obsesivo solo estaba al alcance de hombres tristes como él. Walker era un personaje oscuro y envuelto en misterio, nunca sabremos bien si más tortuoso o torturado. Y protagonista de una de las evoluciones artísticas más desconcertantes y libérrimas de la historia: lejos de que los años le volvieran acomodaticio o levemente nostálgico, fue afrontando la edad provecta con álbumes cada vez más experimentales, radicales, rupturistas. Era fascinante seguir el aura de su enigma e intentar descodificarlo. Después de haberse erigido a mediados de los sesenta en piedra angular de los Walker Brothers, banda alentada a partir de la travesura mentirosa (ninguno se apellidaba así ni existía consanguinidad alguna, y se hicieron fuertes en el swinging London a pesar de que él había nacido en Ohio), nuestro Noel Scott Engel abordó una trayectoria solista al margen de cualquier tendencia de aquellos años: ni psicodelias ni sinfonismos ni veranos del amor.
Scott, qué curioso, fue un esteta clasicista en los tiempos receptivos a la vanguardia, y a la inversa. Por eso este Scott 4, una preciosidad lírica y arrebatadora, que hoy retomamos con voracidad devota, fue clamorosamente ninguneado en su momento. Walker seguía siendo un crooner tenebroso, pero para esta cuarta entrega ya no pretendía emular a Jacques Brel, sino erigir un discurso y leyenda propios. Los arreglos de cuerda eran enfáticos pero no pomposos, las reminiscencias fílmicas buscaban los mismos horizontes que Morricone y en mitad del disco se deslizaba Boy child: un monumento a la belleza extática, una barbaridad. Y la cara B, en particular, no le bajaba la mirada a ciertas influencias del country (Hero of the war, Rhymes of goodbye) que hasta entonces habían sido indefectibles en su marmita estilística.
Scott 4 fue condenado a los infiernos de la descatalogación a los pocos años de ver la luz, pero recuperó todo su significado a partir de la pléyade de ilustres admiradores de su firmante: el mismísimo Bowie, sin duda, pero también Bryan Ferry y, en tiempos más recientes, Jarvis Cocker, Radiohead y muy particularmente The Last Shadow Puppets. Se nos marchó en 2019, pero queda al menos el consuelo de que Scott pervive en la memoria de sus muchos vástagos artísticos.
Walker en general, y en particular SCOTT 4, son completamente adictivos y deliciosos.
¡Sí a todo! 🙂