A lo largo de sus casi seis décadas en el candelero, sir Tom Jones ha tenido oportunidad de grabar algún que otro disco por debajo de las expectativas, incluso de convertirse en puntual icono kitsch y no tener reparo en caricaturizarse a sí mismo en tal faceta (recuerden el cameo, memorable, para Mars attacks!). Pero el Tigre de Gales, intérprete sencillamente descomunal, lleva unos años tomándose muy en serio, asumiendo que llegados a una edad ya no caben demasiadas bromas y sí el tono grave, trascendente y con poso que corresponde al último tramo del camino. Nos ocupa ahora un disco de versiones elegidas al detalle y al dedillo, una declaración de principios para un hombre acosado por la congoja (la pérdida de su esposa, Linda, tras casi 60 años de matrimonio), resuelto en el compromiso con su obra, elocuente al escoger el cancionero que mejor le representa y soberbio aún, a sus 80 añazos, en sus facultades vocales. En efecto, no queda más remedio que certificarlo: Surrounded by time, su elepé número ¡42!, es un álbum excepcional.

 

Resulta tentador establecer un paralelismo entre el último tramo en la obra de Johnny Cash, tutelado por Rick Rubin en la serie American recordings, y las cuatro entregas que con esta suma ya Jones bajo los designios de Ethan Johns, desde Praise and blame (2010) en adelante. Las simetrías resultan evidentes, pero, dentro de la excelencia generalizada, Surrounded… es la entrega más osada, valiente y fascinante en la colección urdida entre Tom y Ethan. Entre los movimientos previsibles para el León no se encontraría en ningún caso que su vozarrón se relegue al recitado grave para Talking reality television blues, pieza del poco conocido Todd Snider sobre toda esa porquería de noticias falsas y demás inmundicias de nuestra realidad cotidiana. Mientras el galés suelta versos como puñales con su abisal tono barítono, las guitarras eléctricas se encabritan durante seis minutos largos. Y es fantástico.

 

El recuerdo de Linda queda inmortalizado en la conmovedora lectura góspel de I won’t crumble with you if you fall, que estremece en su hondura sin adornos. Y no menos excepcional es I won’t lie (Michael Kiwanuka), una pieza preciosa que aquí adquiere nuevas dimensiones con su barniz de electrónica de alta gama. Mucho más travieso resulta el acercamiento a Popstar, de Cat Stevens, aunque su trasfondo no tiene nada de anecdótico: le sirve a Jones para constatar cuán incautos somos con los pecados de juventud en torno a la fama, la notoriedad, el aplauso vanidoso.

 

Ni siquiera en el capítulo más previsible, el de otro octogenario (inminente) como Bob Dylan, hay margen para el reproche: la manera en que Tom recalca en One more cup of coffee el verso “…to the valley bellow” queda para los anales.This is the sea, de los Waterboys, merece otro tratamiento profuso y desatado, siete minutos en que el tigre evoca a otro felino, su buen amigo el león (de Belfast). Y para finalizar, dos episodios profundamente trascendentales, los de I’m growing old, solo frente al piano, y Lazarus man, una pieza de Terry Callier que equivale aquí a nueve minutos de estremecimiento. Tom Jones comparte la conciencia de la ineludible finitud, pero la emoción depositada en esta tardía obra maestra no encuentra fácil medida.

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