A beard of stars constituye un ejemplo fascinante de disco de transición, una suerte de bisectriz perfecta entre la psicodelia campestre de los comienzos y el glam rock petardo y afilado que estaba a un paso de acontecer. Apenas un par de temporadas antes de que Get it on lo impregnase todo de una irresistible lluvia de purpurina, Marc Bolan ya se atrevía a enchufar la guitarra eléctrica pero mantenía un pie en las pantanosas aguas de la excentricidad. Había unas cuantas piezas de apenas dos minutos en este trabajo, pero nunca daban la impresión de esbozos inconexos, sino de píldoras reconcentradas. Con tantas cosas en la cabeza del bendito Marc, a los oyentes no nos quedaba otro remedio que redoblar nuestra atención.

 

Quedaba así un álbum de apariencia narcótica, el hijo rubicundo y mofletudo de un romance apasionado, digamos, entre Donovan y Syd Barrett. Con un poquito de la veta mística e hindú de George Harrison, evidentemente, como no costará advertir si nos detenemos en Pavilions of sun, que parece un prólogo de My sweet Lord para el que se nos ha ido la mano con la farmacopea.

 

Muy pocos meses después, Bolan acortaría el nombre de su criatura a T. Rex, como en la práctica los hemos acabado nombrando siempre, pero en puridad estábamos aún en la era de Tyrannosaurus y esta es la entrega de un dúo: Marc y su flamante nuevo percusionista, Mickey Finn (el cofundador original, Steve Peregrin Took, se había quedado por el camino). El primero componía todo y asumía guitarras y teclados múltiples, pero nada habría sido lo mismo sin las tablas y demás percusiones orientalizantes de Finn, como en la adorable Organ blues. Puro jipismo vitaminizado con unas caladitas de rica hierba. Como By the light of the magical moon, otro monumento a la amistad a cielo abierto y en torno a la hoguera. En realidad, todo el disco es así, lisérgico y reconcentrado. Repleto de piezas breves que no parecen esbozos deslavazados, sino comprimidos de elevada intensidad.

 

A Mark Feld, nombre real de Bolan, le faltaba apenas un año para consagrarse en lo más alto de las listas británicas con Hot love y Get it on, ya producido por Tony Visconti (Bowie). Pero esta instantánea de su momento previo a la gloria (tan efímera: fallecería por accidente de tráfico en 1977) resulta particularmente encantadora.

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