Pocas semanas antes de que el mundo se volviera un lugar casi irrespirable, el cuarteto pamplonica Juárez se había amotinado en unos estudios de grabación para esculpir una docena de canciones afiladas como puñales. No sabemos de qué manera habría influido la pandemia en el proceso de escritura de Cristina Aranguren, Jose Palanca y compañía, pero ocasión habrá, si acaso, de comprobarlo. Mejor ahora recrearse con la efervescencia de este álbum fulgurante, turbio, guitarrero y menos underground de lo que pudiera sugerir la historia previa de la banda. Porque aquí hay decibelios y cuerdas que rechinan, sin duda, pero también un evidente gusto por la melodía y una versatilidad estilística que apunta en infinidad de direcciones. Pero siempre más cerca de la Velvet Underground que de los Planetas, por explicarlo de una manera gráfica.

La alternancia en las voces cantantes de Palanca y Aranguren no hace sino acentuar en esa dimensión plural. Tan pronto transitamos por territorios fronterizos, casi tarantinescos (Escafandra Vol II, el instrumental Vendiendo cruces) como la rabia, la furia y la mordacidad asoman en Champagne francés y El sol en movimiento, dos notabilísimos títulos para la apertura. Hay grasa y garaje: hay unos tipos a los que la sangre les hierve. 

Coros desbocados para Al mar. Oscuros sintetizadores espaciales en Estrella negra, el (ejem) villancico menos navideño que podemos obsequiarle a la familia, en directo o a través del Zoom, este próximo fin de año. Escandalera ruidista para Entre palmeras, un arrebato de pura rudeza y nihilismo. Y hasta una excelente coda psicodélica de ocho minutos largos, La guerra de los mundos, que puede sugerir un vertiginoso y muy lisérgico viaje por el espacio exterior. Los navarros llevan operativos desde 2012 y les contemplaban otros tres trabajos previos, pero nunca habían acumulado tantos argumentos para verles encima de un escenario. Llegará la oportunidad pronto, esperemos; salvo “apocalipsis nuclear”, una de las hipótesis que plantea el cierre del álbum.