Después de haber despotricado hace un par de temporadas contra todo lo que se movía (Latest record project, Vol.1, 2021) y de malograr lo que podría haber sido un muy buen álbum con unas letras de negacionismo infame (What’s it gonna take?, 2022), tendremos que acoger con cierto alivio que la siguiente aventura del amigo Van Morrison sea un humilde disco de versiones. Moving on skiffle parece de antemano un entretenimiento, un trabajo menor con el que darse el gustazo de repasar casi dos docenas de canciones que forman parte sustancial de la memoria de aquel chiquillo que creció en Hynford Street y comprendió muy pronto que no había venido al mundo a limpiar ventanas, sino a horadarnos el alma. Pero en esas acontece la magia, el maestro relaja el rictus, desactiva la posición de piloto automático y decide divertirse y divertirnos con lo que le hace único, inconfundible e inmejorable: emocionar con todas esas músicas sustanciales que, nacidas antes o después a lo largo de las seis últimas décadas, vivirán por siempre ajenas a caducidades y obsolescencias.
Por aquello de ejercer genio y figura, ni siquiera la más afable de las encarnaciones de nuestro protagonista nos priva de algún arrebato de (mal) genio, como transformar Mama don’t allow en Gov. don’t allow para abundar en ese espíritu conspiranoico según el cual todo poder establecido, ya sea político, científico o mediático, oculta en realidad a una pérfida red de maleantes diseñada para estrangular nuestras libertades individuales y hacernos la vida imposible. Pero, más allá de algún retruécano más bien infantil, George Ivan Morrison maneja un lindísimo cancionero con fuertes evocaciones a su propia infancia, casi todo de autoría difuminada bajo la etiqueta de lo tradicional. Y todo ese tesoro emocional propicia que la maquinaria morrisoniana resople como en los grandes días. Van The Man se remanga, y hasta puede que sonría con pudor infranqueable cuando nadie le ve. Pero se lo notamos. Nos congratula. Y, sobre todo, nos reconcilia.
Claro que habríamos preferido una entrega con piezas originales que retomaran la senda de Three chords and the truth (2019), por ahora su última piedra angular de altos vuelos, pero Moving… es una golosina a la que nadie le puede negar el buen sabor de boca. Van ya había evocado el género que floreció en la Norteamérica de los años veinte, y que le sirvió como banda sonora para sus años mozos, con The skiffle sessions (2000), una entrega en directo junto a dos viejos ídolos, Chris Barber y Lonnie Donegan, que suponía un acercamiento mucho más crudo a aquellos éxitos del pasado. Estas 23 reinterpretaciones, en cambio, son exuberantes puestas al día en el estudio, con Van resoplando en el saxo y la armónica con esa emoción y tosquedad inconfundibles, con rutilantes metales y coros bien poblados, con el inquebrantable propósito de emocionar a grandes y chicos.
Será un pasatiempo, no lo dudamos, y hasta puede que en su reiterada tendencia reciente a los álbumes dobles haya un sesgo crematístico, pero esta holgada hora y media de piezas ligeras que picotean en el blues, el góspel, el folk y las canciones de amor de nuestros bisabuelos es un regalo para los oídos. Sobre todo en el segundo de los álbumes, con las golosinas de I’m so lonesome I could cry o Worried man blues y el glorioso colofón al ralentí de Green rocky road, casi nueve minutazos en los que el jefe remolonea y se recrea, maneja el tempo y la vibración, avanza al ralentí hasta que acabe por invadirnos el éxtasis. Destellos del artista enorme que conocemos tanto, aunque ahora solo comparezca de manera intermitente.
Este Sr .haga lo que haga es un crack,y su música por igual
Me encanta 🔊👌🌼
¡Gracias, Gemma!