He aquí un acto de amor, pero, sobre todo, de justicia. España es un país que no acaba de aprender la lección de cómo honrar a sus fallecidos, así que disponer de esta alabanza sonora al adorable Pedro Iturralde supone una satisfacción, un alivio y, de paso, una buena manera de propiciar la caída ya irreversible del telón para este raro, incierto y, sin embargo, apasionante 2021. Porque Pedro Iturralde tributo es un brindis hermoso por el maestro, materializado en un suspiro pero urdido desde la admiración, el respeto y el buen gusto. Dejando que el recuerdo de uno de los nombres más relevantes del jazz español del siglo XX (por dimensión y trascendencia, solo homologable a Tete Montoliu) perviva ahora que ya no podemos citarnos con él en sus incesantes visitas por las salas del circuito madrileño, en particular el Café Central y Galileo Galilei.

 

El clarinetista, saxofonista y compositor navarro nos dijo adiós en noviembre de 2020, con 91 años a las espaldas, tres cuartos de siglo de dedicación profesional y un currículo mareante que él reseñaba desde una humildad campechana y genuina. Poco se ha hablado en tierras ibéricas, como casi siempre nos sucede con los hijos ilustres, sobre la revolución para el jazz hispano que supuso, ya en los cincuenta, la irrupción de este mocetón de Falces que había trasteado en la banda municipal pero se había aprendido por su cuenta las lecciones del hard bop y fogueado en viajes exóticos para los que fue un espíritu inquieto y precoz. Y todo ello para llegar en 1967, claro, a ese terremoto que constituyó Flamenco jazz, hito fundacional de una intersección que hoy encontramos naturalísima y de atractivo evidente. Pero nada habría sido igual, claro, sin la piedra roseta iturraldiana.

 

Un tributo a don Pedro tenía que girar, necesariamente, en torno a la figura de Mariano Díaz, el pianista que ejerció como director musical del maestro a lo largo de las dos últimas décadas. Aquí ejerce un padrinazgo discreto y reparte juego entre una suerte de dream team del jazz español de 40 años a esta parte. Jorge Pardo y Perico Sambeat (quiénes mejor) se reparten la tarea con el saxo, Díaz se alterna con Chano Domínguez frente al piano y Javier Colina deja huecos puntuales a Richi Ferrer y Víctor Merlo con el contrabajo. Hay pinceladas de Antonio Serrano a la armónica y de Gerardo Núñez con la guitarra flamenca, pero lo mejor del tributo es que no hay liderazgos: el único gran protagonista aquí es el repertorio y el recuerdo de su artífice.

 

Al común servicio de esa causa se suceden algunas de las páginas más queridas por Iturralde. El resultado es fantástico en tres: el tándem inaugural que integran Zorongo gitano y The master y la soberbia Suite helénica, cumbre en la escritura de Pedro en un contexto más clásico. El repaso en apenas 50 minutos a una obra tan gigantesa deja inevitablemente flancos al descubierto, en especial por la ausencia de clarinetes en todo el álbum. Sería una buena excusa para emprender alguna nueva iniciativa en torno a la figura de Iturralde. Seguimos debiéndole mucho.

 

 

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