A Jeff Tweedy nunca le ha escaseado la inspiración, bendito sea, pero atraviesa un momento de compulsividad creativa como no le habíamos conocido. A su cada vez menos anecdótica producción en nombre propio hemos de sumar la efervescencia discográfica de Wilco en el último decenio, durante el que hemos asistido a esos dos discos hermanos, deslavazados e irregulares que fueron Star wars y Schmilco (y que quizá habrían encerrado una única entrega sensacional), al bonito y evanescente Ode to joy y al súbito y sobrevenido doble elepé Cruel country, un retrato urgente y despiadado de esa primera potencia inhumana que ha legado el trumpismo y que, en lo musical, entroncaba sin disimulo con el alt-country de los comienzos de la banda, tres décadas atrás.

 

Pues bien. Dicho todo lo cual, Cousin sobrepasa con creces todos estos hitos previos. Y se erige, al fin, en ese disco verdaderamente memorable de Wilco por el que todos suspirábamos.

 

Dentro de ese estajanovismo compositivo de Tweedy, nuestro genio incontenible de Chicago se ha atenido por una vez a las pautas clásicas y promueve una entrega de dimensiones canónicas: 10 nuevas canciones, cinco para la cara A y otras tantas para la B, 43 minutos sin mácula. Porque esta concesión a, digamos, las convenciones, parece animarle a exprimir los esfuerzos y afinar la puntería. Cousin incluye no solo un elevado porcentaje de piezas soberbias, sino, sobre todo, las dos mejores creaciones de Wilco desde los adorables tiempos de Sky blue sky (2005). Una es la inaugural, Infinite surprise, con ese aire de salmodia tan Tweedy, que su distinguido lugarteniente Nels Cline (un poco relegado en esta ocasión, aunque espléndido) se encarga de perturbar con sus fabulosas turbulencias eléctricas, como en los tiempos de Art of almost. Y la otra es la de clausura, Meant to be, un corte de insólito regusto esperanzado, tan endemoniadamente hermoso que hasta da rabia la facilidad con la que esta máquina engrasadísima es capaz de propiciar los momentos de magia.

 

Ese hálito esperanzado alienta también Cousin, el precioso corte titular, pero Jeff siempre supo sacar petróleo de su escepticismo vital. Y así sucede con la desolada Ten dead, construida en torno a una melodía infinitesimal, encogida, que puede recordar musicalmente hablando, y contra pronóstico, a aquel viejo Wishing you were here de Chicago. O con Evicted, que recupera esos impulsos harrisonianos de You and I –y de gran parte de Wilco (The Album)– pese a su hermosa letra de ánimos desangrados: “Quizá sea el silbato de un viejo tren solitario / y no dejo de llorar todo el rato”. O con A bowl and a pudding, tan adorable. Una vez más.

 

Quizá a ese cuartel general autogestionario, máximo bastión de Juan Palomo en el horizonte presente, le haya sentado particularmente bien la infiltración de Cate Le Bon, un fichaje inesperado para desempeñar el papel no solo de productora, sino aportar de paso algunos teclados y segundas voces. Su aportación es sutil, incluso poco evidente, pero a las pruebas nos remitimos: nada en Wilco funcionaba con tanta emoción y sin flancos débiles en las dos últimas décadas. Quizá ninguna de estas 10 canciones sea tan instantánea como para erigirse en piedra angular sobre el escenario, pero da un poco igual. En aquella vieja entelequia del elepé como máxima unidad de medida, Cousin es un hito fantástico.

2 Replies to “Wilco: “Cousin” (2023)”

  1. Leyendo tu magnífica crítica por el disco me fueron creciendo los colmillos para hincarle el diente. Una vez escuchado , ya se sabe para gustos colores. Se me hizo bola.
    Un saludo

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