Asumamos nuestra circunstancial naturaleza melindrosa y concedámonos el disfrute con discos tan adictivos como Hold, un álbum que podría haber visto la luz en torno a 1988 y que habría sonado hasta la saciedad en todas las fiestas del instituto. Porque Jack Tatum siempre fue un muchacho apegado a los sonidos sintetizados y tarareables de la década de los ochenta, pero en esta quinta entrega bajo la etiqueta de Wild Nothing se vuelve descaradamente hedonista y adictivo, fiel a ese cada vez más afianzado criterio de que el retraimiento y la melancolía se sobrellevan mejor si les plantamos cara desde el centro de la pista de baile.

 

Llevaba cinco largas temporadas Tatum sin encerrarse en el estudio, más allá de alguna celebrada colaboración con Molly Burch, pero esta vez se ha decantado por el ensimismamiento de la autoproducción y el devaneo con las cajas de ritmos para que su acreditado instinto para el sophisti-pop se vuelva esta vez despendolado. Y nada mejor para derribar barreras mentales que una apertura como Headlights on, fraguada en connivencia con la australiana Hatchie y la canción que el bueno de George Michael habría soñado con añadir a una edición conmemorativa de su Faith (1987). A partir de ahí, el oyente ha de aceptar el juego o apearse de esta vertiginosa montaña rusa de nostalgias y potingues rejuvenecedores. Porque muchas de estas canciones encajarían de maravilla en una comedieta juvenil de John Hughes: parece la banda sonora imaginaria de una película que jamás reivindicaríamos en una convención cultureta, pero que recuperaríamos con placer en la impunidad del sofá cualquier sábado por la tarde.

 

Las colaboraciones, escasas pero elocuentes (Becca Mancari, Tommy Davidson de Beach Fossils, su amiga Burch), ahondan en esa sensación de hedonismo sofisticado. Hold aborda el desasosiego del crecimiento, la edad adulta y la madurez intentando eludir la metafísica con unas cuantas nostálgicas inyecciones de evasión. Es un disco escapista, como buen heredero de la era del covid, pero rabiosamente divertido y disfrutable. Sobre todo si jugamos a imaginar de qué álbumes de hace 40 años se han fugado sus canciones: esos bajos engordados de Basement El Dorado podrían provenir de Duran Duran, The bodybuilder es una balada planeante de los primeros Talk Talk o Suburban solutions habría agrandado el impacto del elepé de debut de Tears for Fears. Y así sucesivamente.

 

No nos va a resolver la vida Hold, eso es cierto, pero este geniecillo de Virginia nos ayuda durante estos 40 canónicos minutos a hacerla más llevadera. Porque Tatum escribe canciones como si hubiera cogido lápiz y papel pautado nada más venir al mundo, 35 años atrás. Escuchen esos sintetizadores abducidos del instrumental Presidio: parecen un ejercicio de ambientación de China Crisis justo antes de componer Black man ray. Y olvídense de complejos o malas conciencias: también hay huecos para un Wild Nothing más indie (Dial tone) y semiacústico (Alex), o para aquel muchacho que ya había firmado una memorable versión de Kate Bush (Cloudbusting) y a la que ahora remeda en los sintetizadores circulares de Prima. Jack acaba de estrenar paternidad, y eso le habrá removido las costuras vitales; pero mientras le da vueltas al sentido de la vida, esta llamada suya al carpe diem se vuelve irresistible.

 

 

 

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