Lo primero de todo es el título, tan revelador pero inescrutable para aquellos que no dispongan de un buen pedacito de Google Maps en su particular disco duro neuronal. Los Ozark son una cadena montañosa de arbolado denso que se ubica en el Medio Oeste de los Estados Unidos, una porción significativa de las tierras altas interiores del país, a caballo entre Arkansas, Oklahoma y Misuri. Y en este último estado encontramos con más exactitud las raíces personales y familiares de Israel Nash, que empezó operando a efectos artísticos como Israel Nash Gripka, se mudó a principios de siglo a Nueva York y ha acabado encontrando acomodo en las siempre fértiles tierras melómanas de Texas, pero que ahora ha querido regresar a los orígenes, quedar en paz con su propio pasado y hurgar en sus orígenes con un empeño denodado y a veces doloroso, pero particularmente emotivo y conmovedor. Porque Ozarker, esta declaración de orgullo por las raíces, es una búsqueda de la identidad no ya solo en cuanto a la geolocalización, sino sobre todo por cuanto sucede cada vez que nuestro hirsuto y ya cuarentón trovador campestre acaricia una guitarra entre las manos.

 

A Nash le ha faltado por ahora el refrendo del gran público, pero Ozarker representa seguramente su colección más bella, concienzuda y elaborada desde los tiempos de New York town (2009), aquel debut prometedor que hoy podemos ver como su otra cara de la moneda, con el puente de Brooklyn al fondo en una imagen de portada que le mostraba no solo mucho más joven, claro, sino con melena recortada y aires eminentemente bohemios. Si aquella instantánea de Gripka era circunstancial, tiene toda la pinta de que este Israel que nos abre el corazón tres lustros más tarde es el que se corresponde con sus auténticas esencias. Por eso Ozarker acaba sirviendo como catálogo sonoro y sentimental, y muchos de sus diez capítulos son tan esclarecedores que terminamos con una sensación de familiaridad casi autobiográfica.

 

Porque no solo podríamos imaginar la soledad, el silencio y las noches ventosas, sino que aquí escudriñamos el verdadero ADN melódico de un tipo que bajo su apariencia varonil y robusta acaba sonando a Tom Petty en cuanto desemboca en el primer estribillo (Can’t stop). O que invoca el espíritu de ese Springsteen más pop, el de Dancing in the dark o Sad eyes, a poco que escuchemos la tierna y adictiva Midnight hour.

 

La presencia de un productor como Kevin Ratterman, a quien asociamos con la finura de My Morning Jacket o los más sucios y enmarañados White Reaper, apuntala esa sensación de encontrarnos ante un catálogo de la mejor americana y de la recuperación de la figura del contador de historias, con crónicas como la del soldado que durante años “dormía con la mano izquierda sobre la Biblia y la derecha en la pistola del 45” que se desgrana en la triste Lost in America. Por cosas así acaba atrapando este Ozarker que apela a la creación en las cabañas, al genuino Bob Seger de los años setenta, a la esencia rural y sin maquillajes. Un redescubrimiento personal, pero también artístico para quienes habíamos perdido la fe y la pista.

 

La gira española de Israel Nash, del 20 al 25 de febrero de 2024, hace escala en Bilbao, Avilés, Madrid, Valencia, Zaragoza y Barcelona

4 Replies to “Israel Nash: “Ozarker” (2023)”

  1. Me ha gustado mucho el disco…a Jesse Malin también me recuerda en algunas canciones.
    En el Kafe Antzoki de Bilbao le esperamos!!

      1. Pues ayer le vimos en Bilbao.
        Muy buen concierto!!… no os lo perdáis si lo tenéis cerca.
        En disco recuerda a Petty, Malin, Parsons… y en directo, quizás en los temas más antiguos, algo de psicodelia rockera y mucho de Neil Young. Banda muy sólida y buen sonido, en un setlist sin sorpresas (7 temas del último disco). Además, buena entrada en el Kafe Antzokia para ser un martes.

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