Desde que Yusuf Islam se reconcilió con su yo del pasado, recortó el actual nombre artístico, orilló la canción de temática religiosa y recuperó el alias gatuno con el que recordaremos hasta la eternidad, había publicado un par de discos afables (Tell ’em I’m gone, de 2014, y The laughing apple, tres años más tarde) que prolongaban el sendero de An other cup y Roadsinger, aún solo como Yusuf, pero no ofrecían motivos para pensar en un renacer artístico a la altura del hombre que medio siglo atrás había rubricado Moonshadow o Father and son. Tampoco dejaba de ser un pasatiempo ese Tea for the tillerman 2 (2020), puesta al día de su obra más irrebatible y, como consecuencia directa, imposible de emular. Por todo ello no había motivos para pensar en King of a land como un álbum trascendental, pero estábamos equivocados. Lo es. Tanto como para pensar que el mejor Steven Demetre Georgiou hoy concebible ha vuelto por sus fueros.

 

Puede que la propia presentación, por tipografía e ilustraciones más propia de un volumen de literatura juvenil, tampoco contribuya a que las intuiciones y apriorismos apunten en la dirección adecuada. Pero Yusuf/Stevens ha conseguido rubricar, a sus casi 75 años, un trabajo ambicioso y con empaque, inspiradísimo y pletórico. Rebosante no solo de luz y bondad hacia el género humano, una nobleza de pensamiento algunos días difícil de enarbolar, sino también de imaginación y audacia. Y con probablemente las tres o cuatro mejores canciones de nuestro protagonista desde que se retiró del mundanal ruido, allá por la segunda mitad de los años setenta.

 

Al pop-folk canónico de los días de gloria, refrendado aquí por algunas golosinas que nos estallan en las papilas gustativas como en los mejores tiempos (King of a land, Take the world apart, esa nueva oda a los trenes que es Train on a hill), se le suman ahora formulaciones inesperadas para un artista con un pasado de estas dimensiones. La angulosa y soberbia Another night in the rain bordea los territorios del pop progresivo, mientras que Highness se atreve con un sonido de arrollador góspel orquestal y Son of Mary adorna sus hechuras trovadorescas con arreglos desapegados del siglo XX. Y todo ello mientras Cat exhibe una voz más granulada y arenosa que antaño, pero sabia y espléndida, sin apenas huellas de fatiga o debilidad.

 

El trasfondo espiritual late en un material que sugiere un amor por la vida y los vivos ajeno a cualquier fanatismo, una reconciliación que Steven Demetre se merecía consigo mismo o con quienes llevábamos unas cuantas décadas admirándolo y añorándolo. Ahora, en un alarde de humildad y finura que agranda aún más la leyenda, se disculpa en directo cuando aborda estas canciones, dando por hecho que quienes han adquirido la entrada solo desean escuchar sus viejos grandes éxitos. Quizá no le falte parte de razón, porque la melancolía es un impulso más poderoso que la curiosidad. Pero King of a land es un trabajo esplendoroso y envidiable, imposible de refutar. Le escuchamos en la delicadísima How good it feels, intimista hasta la irrupción de una orquesta con mucha carga genética de Tchaikovsky, y comprendemos que el mejor Cat Stevens ha regresado a tiempo de que le disfrutemos como ya nunca pensamos que pudiéramos llegarle a disfrutar.

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