Calizo es una formación que ha tardado demasiado tiempo en existir, si nos atenemos a que sus integrantes se vienen entrecruzando en la escena madrileña desde hace un cuarto de siglo. Pero es, ante todo, una banda que nos merecíamos, porque dista de ser frecuente un proyecto de tanto poso y solvencia, un fantástico cruce de caminos en el que, partiendo del rock anglosajón o el soul americano, al final es el deje ibérico y andalusí el que acaba llevándose el grueso del protagonismo. Y como una botella descorchada con alborozo, su puesta en marcha está resultando todo un despliegue creativo y de señas de identidad propios: este primer elepé llega, de hecho, muy pocos meses después de un EP introductorio, y todo parece indicar que la maquinaria se encuentra en plena ebullición.

 

Hay en la génesis de Calizo algo de ese espíritu de las superbandas en las que confluían grandes figuras de diversas formaciones. Recordemos a Blind Faith, por buscar un paralelismo, aunque confiaremos que esta aventura resulte bastante más longeva. Por lo pronto, el grupo madrileño se asienta sobre los cimientos robustísimos del bajista Javi Vacas y el batería Roberto Lozano “Loza”, rocosos y fantásticos a la hora de perfilar la base rítmica, y acostumbrados a compenetrarse en su larga trayectoria compartida a través de Sex Museum, Los Coronas y Corizonas. Vacas y Loza (responsable, además, del fantástico universo gráfico que despliega el cuarteto) tocan casi de memoria, y Ritual de la serpiente se erige en el ejemplo más paradigmático de esa conjunción. El contraste es del todo llamativo con el corte inmediatamente posterior, el más acústico y aflamencado de todo el lote, aquel en el que la herencia de Triana o Módulos se vuelve más seductora y evidente.

 

Parecen universos demasiado lejanos, pero esta gente acumula demasiadas horas de vuelo como para dominar el arte del encaje de piezas. Tengamos en cuenta que la otra mitad de la alineación, el vocalista Víctor Frutos “Pitu” y el guitarrista José “Funko”, acredita una biografía común como MamaFunko y en las filas de Aurora & The Betrayers, lo que permite agregar abundantes notas negroides para la receta final. Soy la montaña abre la cara B con esa sobrecarga de frecuencias graves y ritmos pesados que legitima el mejor rock cósmico y psicodélico, una percepción común a Cristal y papel, quizá el original más conseguido. Porque la sorpresa la aporta la inclusión de una versión de Manhattan, la adaptación de Lagartija Nick a partir de Leonard Cohen y su First we take Manhattan. Quizá la lógica no sugiere una pieza ajena en un proyecto nuevo con una personalidad tan bien definida, pero nuevamente los cuatro calizos se encargan de completar el puzle.

 

Los guiños gráficos al arte íbero reinciden en ese espíritu peninsular con mucho bagaje previo, de la misma manera que el espíritu naturalista de muchas letras (Luna negra, Como el árbol, Pájaro de agua) remite a un mundo sereno, evocador y mucho más armonioso del que descubrimos en cuanto desbloqueamos la pantalla del teléfono. Calizo parecen provenir de tiempos lejanos, y les honra: son gente seria.

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