Tiene algo de irónico, o al menos de simpático, que el autor principal de una obra tan mayúscula como Rainy day music (The Jayhawks, 2003) se desmarque en solitario con un Salto a la alegría. Pero el propio título –representativo solo a medias del contenido que luego pasaremos a desbrozar– acentúa de por sí el carácter atípico de esta obra, seguramente circunstancial y menor por su propia naturaleza autosuficiente, pero deliciosa y satisfactoria en todos sus extremos. Louris es mucho Louris, una vez más, antes de que algún suspicaz pretenda amargarnos la mañana.

 

En efecto, Jump for joy nace por la necesidad de encontrar acomodo a páginas brillantes pero un tanto atípicas; piezas que se alejan algo o bastante de los parámetros de The Jayhawks pero que acumulan argumentos en abundancia para ver la luz. Puede que por ello Louris haya preferido recurrir a la alternativa del elepé en solitario, una fórmula que solo había puesto en práctica con el excelente Vagabonds en un momento, 2008, en que su banda nodriza parecía condenada a la extinción. No fue así, alabados sean los cielos, y nuestro magistral trovador de Toledo (Ohio) ha podido encauzar nuevos álbumes sustanciosos bajo su etiqueta de referencia desde hace más de 35 años. Pero el confinamiento le ha invitado ahora a grabar en casa, tocando y cantando hasta la última nota, esta colección de pequeñas delicias que en ningún caso merecían quedar inéditas.

 

Claro que Living in between merecería acomodo junto a Tim O’Reagan, Karen Grotberg y demás compañeros de pupitre, pero otros títulos se apartan más de los cánones habituales. El ascendente de Paul Simon está muy presente en Almost home  –más allá de esos atípicos sintetizadores disparatados–, pero también, si pensamos en la era de Simon & Garfunkel, con Mr. Updike (por más que disimulemos con arreglos de country alternativo). White squirrel es una balada mínima, acurrucada, que contrasta en su bella parquedad con el desparpajo de New normal y sus ritmos programados. Y así hasta llegar a la gloriosa Follow, página de amor de Gary a su reciente matrimonio con Stephanie Stevenson y demostración de que este hombre, a sus 66 años, es capaz de seguir sonando eternamente jovial.

 

Louris es un melodista casi único, pero su apego por la canción perfectísima no le hace descuidar la experimentación. Lo demostró ya en varios pasajes de Paging Mr. Proust, el extraordinario y complejo regreso de los Jayhawks en 2016, y lo refrendan ahora la absorbente electrónica para One way conversation y los estupendos ocho minutos finales de Dead man’s burden, con trazas de himno para final de un concierto. Muchos kilates, en suma, como para que este pequeño catálogo de tesoros se hubieran quedado cogiendo polvo en el fondo de un cajón.

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