Convertidos con su rutilante debut (Oracular spectacular, 2008) en una de las nuevas grandes esperanzas blancas del siglo XXI, Andrew VanWyngarden y Benjamín Goldwasser han rebajado sus expectativas y ahora parecen embarcados solo en el empeño de resultar adorables, que tampoco está mal. Este regreso, de hecho, los retrata como un dúo remolón y huidizo, pues ha tardado en llegar media docena de temporadas desde un antecesor, Little dark age, que jugaba la baza de un mayor gusto por la luminosidad del pop y por la línea recta, aunque solo su pieza titular sirvió para dejar cierta huella en la memoria. Loss of life regresa al sendero de la psicodelia y el misterio, aunque solo se vuelve moderadamente experimental y raruno en su último tercio, con títulos como Phradie’s song o I wish I was joking. Hasta ese momento, el resto oscila entre la escritura encantadora y la deslumbrante, con briznas de ese pop espacial tan del gusto de la pareja. Sobre todo en el caso de Bubblegum dog, un corte que los franceses Air habrían dado por bueno con sumo alborozo.

 

El tándem surgido en la universidad de Connecticut puede que ya no aspire a reinventar lenguajes y se ha vuelto más tímido en el suministro de ingredientes experimentales. Es más, Nothing to declare, por sus hechuras de arpegiados acústico y esa voz tenue y desmadejada, se queda a muy pocas cuadras de distancia del eternamente añorado Elliott Smith, mientras que la soberbia Nothing changes parte de un bajo pesado y panorámico a la manera de The Cure hasta que la garganta de VanWyngarden adquiere similitudes razonables con la de Brian Molko (Placebo). Pero venimos de una cara A con la guitarra tantas veces preclara de Nels Cline, de Wilco, aportando destellos a Mother nature, mientras que Dancing in Babylon, en coalición con Christine and the Queens, es una de esas canciones a medio tiempo que el ser humano merece para mejorar su calidad de vida.

 

El ilustre Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never) también deja notar sus tenues hechicerías electrónicas en más de medio disco, mientras Sean Lennon –sí, han leído bien– se convierte en el sintesista oculto tras los créditos de Bubblegum dog, otro de esos momentos mágicos en que MGMT se vuelve una banda atípica, desconcertante y adictiva a la vez, con la herencia de The Flaming Lips asomando por el retrovisor. Puede que Loss of life no pretenda ya deslumbrar, pero sí conquistarnos. Y así acaba pareciéndose al reencuentro con un antiguo amor de huellas perdurables.

2 Replies to “MGMT: “Loss of life” (2024)”

  1. Adquirí el disco al poco de salir a la venta y aún no ha abandonado mi coche (saliendo pocas veces del lector de CDs para dar entrada a otros como los últimos de The Vaccines o Sidonie). Este ejemplar de MGMT me ha sorprendido para bien (ya había escuchado el Mother Nature cuando lo enlazaron a sus RRSS) logrando, lo que parece, que tenga más hits (probablemente porque se han molestado más en la promoción de sus temas a diferencia de sus dos anteriores LPs). Igual ya no sueñan con transgredir como hicieron en sus dos primeros largos pero recuperan esa esencia que, al menos yo, echaba en falta.

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