Puede que los discos de Pet Shop Boys ya no resulten a estas alturas trascendentales, pero continúan antojándose irresistibles. Y Nonetheless se hace merecedor con todos los honores de ese apelativo, una circunstancia en cualquiera de los casos alentadora, pero más aún en la por el momento no muy exuberante cosecha de 2024 y a la altura de la decimoquinta entrega en una trayectoria que ya acaricia las cuatro décadas completas de escritura impecable. Benditos bichos raros, Neil Tennant y Chris Lowe; y que no decaiga, aunque hayamos tenido que esperar cuatro años y pico desde Hotspot (2020).

 

Nonetheless no depara sorpresas sustanciales, pero está manufacturado por dos caballeros que siguen creyendo cabalmente en el elepé como unidad sustancial de medida y se toman la molestia de que estas 10 nuevas canciones resplandezcan sin un solo gramo de grasa. Ni siquiera queda claro que Loneliness, el primer sencillo y corte inaugural, figure entre los tres o cuatro mejores cortes del lote, a poco que nos adentremos en la excelencia de A new bohemia (con un porte tan elegante que casi parece dictada por otro Neil, pero de apellido Hannon), la exquisitez de New London boy o la distinción coreográfica de Dancing star. Eso sí, los trienios de servicio sí que dejan huella en el tono melancólico y la tendencia a la ensoñación de no pocos textos y pasajes. Hasta el extremo de que The secret of happiness, otro prodigio con trasfondo de orquestación decadente, parece la mejor canción de Paddy McAloon (Prefab Sprout) en muchos años.

 

En general, da la sensación de que el regreso a Parlophone, la que desde siempre había sido casa de Tennant y Lowe hasta el tropiezo con Elysium (2012), le ha sentado muy bien a un tándem que reincide en sus mejores costumbres (bailes inteligentes, textos mordaces, una arquitectura sonora de traje y pajarita) y se aferra a la estela de sus grandes álbumes clásicos. Hay algún zambobazo para las pistas de baile (Bullet for Narcissus), pero el dúo londinense prefiere más o la añoranza o el colmillo afilado; que nadie se pierda la malévola The shlager hit parade, donde extraen la conclusión de que el pop actual solo se alimenta “de Navidades o del sonido del verano”. Y a ellos no les falta auctoritas para lanzas pullas tan envenenadas como difíciles de refutar.

 

Habrá influido, sin duda, el sorprendente fichaje como productor de James Ford, el mismo lugarteniente de Blur para The ballad of Darren, en este giro a un sonido con menos chisporroteo y más gusto por el pop de cámara, aun sin renunciar en ningún caso a los sintetizadores. Si buscan definiciones idóneas para el vago concepto del “disco de madurez”, tanto The ballad… como este Nonetheless se antojan impecables. Y muy propicias para el disfrute, que es un objetivo vital de primer orden a cualquier edad.

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