Más allá del clamoroso homenaje a Roxy Music, en título y hasta tipografía, el cuarto disco del siempre sagaz, cáustico y ligeramente estrafalario Alex Cameron nos acerca hasta la parafernalia sonora de los ochenta por todos y cada uno de sus flancos. La conexión con el tiempo presente llega por la parte de los contenidos, muy influidos por las adicciones consustanciales a este mundo enloquecido con el que lidiamos y los densos batiburrillos anímicos que la puñetera pandemia nos ha metido en el cuerpo. Pero nuestro simpático amigo australiano invierte sus mejores esfuerzos en revivir el synth pop que atronaba en las radiofórmulas hace ahora cuatro décadas y que hoy, pese a sus tenaces detractores, vuelve a emerger como una de las opciones más inteligentes entre nuestros autores lúdicos (y lúcidos).

 

Pueden recorrerse estos nueve cortes, de hecho, como un juego de paralelismos entre esta música recién publicada y la que se ha asentado en la memoria colectiva de varias generaciones. Best life, el corte inaugural, abre con unos teclados a lo Battiato para desembocar en uno de esos estallidos de positividad y color que nadie provoca con tanta finura como Mika. Sara Jo se agarra a un sustento rítmico con el que Freddie Mercury parece dispuesto a irrumpir a golpe de I want to break free en cualquier momento. Y la soberbia Prescription refill parece contar en su producción con algún replicante de Lindsey Buckingham en los tiempos de Tango in the night.

 

La otra joya manifiesta, K Hole, es un medio tiempo que se acerca a ese Elton John dulzón, pero imbatible (aunque nos pese), de Sad songs o Sacrifice, por anotar dos hitos de la década que aquí nos incumbe. Y esa devoción ochentera también queda retratada por algún liviano solo de saxo aquí y allá, como en el caso de ese Dead eyes que a Tears for Fears les serviría para completar cualquier repertorio.

 

Al final, ya se ve, resulta que el grupo de Brian Ferry que inspira el título no acaba de asomar por ninguna parte. Y que los únicos indicios sonoros de que nos encontramos en 2022 los aportan los colaboradores, el rapero Lloyd Vines en Cancel culture y el vocinglero Jason Williamson en ese Oxy music final. Pero no nos llevemos a engaño: más allá del timbre iracundo del líder de Sleaford Mods, el tema parece extraído en su parte musical de las sesiones de Dirty mind, de Prince. Cameron ventila todo el divertimento en 35 minutos, así que Oxy music invita a la escucha reiterada. Un objetivo insólito, sí, en estos tiempos; pero ya dijimos que el juego implicaba también la anacronía.

 

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