Había habido con antelación algunos epés, adelantos varios, una expectación creciente e imparable, pero en puridad Bright green field es el álbum de debut de estos cinco muchachuelos jovencísimos y listísimos de Brighton. Y sí, hay que advertirlo cuanto antes: confirmando las sospechas, estos chavales son escandalosamente buenos. Puede que nos encontremos, de hecho, ante una de las obras magnas de la temporada. Vayan anotándolos para las quinielas de los Mercury y las clasificaciones de fin de año: a partir de ahora, nos hartaremos de ver a estos calamares (¿quién en su sano juicio bautizaría a su grupo Calamar?) en danza.

 

Las crónicas han tendido hasta ahora a enclavarlos en la órbita del post-punk, pero es un diagnóstico un tanto perezoso. Claro que hay ruido absorto en la receta de Anton, Arthur, Laurie, Louis y Ollie, pero la elaboración del menú es mucho más rica y compleja que todo eso. Escuchemos la casi instrumental 2010 para advertir esos bucles sonoros obsesivos que hicieron mágicos a The Durruti Column. Y asumamos que la enfática voz declamatoria del cantante y batería Ollie Judge, a menudo desatado en sus alaridos, nos sitúa en la órbita de Fred Schneider (The B’52-s) y, mejor aún, en aquellos King Crimson de discos como Discipline o Beat. Es decir, que no se olviden del art-rock ni del delirio prog en la lista de ingredientes.

 

Pero la referencia más sofisticada, sin duda, es la de los Talking Heads más incendiarios, aquellos que supieron leer la furia de una época oscura y turbulenta (hasta el extremo de titular su primer LP como el año de todas las incertidumbres: 77) y transformarla en arte elocuente, estimulante, revelador. El paralelismo, en cuanto a desasosiegos globales, resulta evidente. La capacidad de sorpresa de Squid, capaz de alternar acoples de guitarras con saxos planeantes (Global groove), supera en cambio las mejores expectativas.

 

Convenzámonos: tenemos chicos nuevos en el vecindario. A veces nos sacudirán las paredes con sus estallidos de adrenalina, pero merece la pena asumir estos efectos colaterales. Los ocho minutos largos de Narrator, con la aportación de Martha Skye Murphy y la manifiesta predisposición de Judge a desgañitarse, son paroxismo puro. Y no se queda nada atrás Paddling, otra de las demostraciones más irrefutables de que nos encontramos ante uno de los fenómenos de 2021.

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