Los hermanos D’Addario constituyen una anomalía prodigiosa, la fascinante eclosión de dos veinteañeros de aire mucho más ensimismado que fotogénico. Brian y Michael, compositores, cantantes y multiinstrumentistas intercambiables e indisolubles, se comportan durante estos casi 50 minutos como unos coetáneos imposibles y anacrónicos de todos los grandes intérpretes que eclosionaron durante los primeros años setenta, y que, en consecuencia, hoy bien podrían ser sus padres o abuelos. Su existencia misma acaba resultando un misterio, así que solo nos queda felicitarnos de que los milagros existan y adquieran una apariencia tan irresistible.

 

No sabemos bien de dónde salisteis, queridos barriletes cósmicos. Solo os pediremos una cosa: no dejéis de asombrarnos con esa casi inabarcable sabiduría viejuna y portentosa.

 

Limitémonos, pues, a constatar la condición marciana del fraternal tándem de Long Island y a disfrutar de este fenómeno para el que parece imposible encontrar una explicación razonable. Más aún si reparamos en la cuenta de que Everything harmony, obra de dos pipiolos de veintitantos, es ya la cuarta entrega en esta factoría de cosanguinidades y ecos de pop barroquísimo y vintage.

 

Lejos de remitir el gusto por la era dorada, Michael y Brian completan su póker discográfico con la más ultraclásica, canónica y rabiosamente bonita de sus creaciones. Hasta ahora habían ejercido de muy brillantes tipos raros, con una habilidad inusitada para el pop psicodélico más rebuscado y para ocurrencias tan maravillosamente disparatadas como la de consagrar íntegramente su segundo álbum, Go to school, al… proceso de alfabetización de un mono. Aquí no hay ni químicas lisérgicas ni quintales de brillantina en la estela del glam, como sucedía con el trabajo anterior, el despepitado y sardónico Songs for the general public (2020). Pero basta escuchar When winter comes around, la apertura de este cuarto elepé, para imaginarnos en torno a la chimenea y con el crepitar de la madera arrullando las guitarras acústicas del dúo. Si la han escuchado Simon & Garfunkel, les emocionará descubrir a unos admiradores tan insultantemente jóvenes y brillantes.

 

Y es esa gran escuela del pop mayúsculo, la de McCartney, Lynne o Burt Bacharach (Born to be lonely), la que imprime carácter a un álbum que logra no ser solo pastiche, sino puro genio. En la estratosférica Corner of my eye adivinamos a unos Beach Boys baladistas en plenas sesiones de grabación de Holland, mientras que Any time of day interioriza las enseñanzas del mejor yacht pop de todos los tiempos (Andrew Gold, Todd Rundgren) y What you were doing, asombrémonos, podría pasar por la mejor canción inédita de todos los tiempos de Big Star.

 

Así de límpido y adorable transcurre Everything harmony, un título elocuente en su búsqueda del deleite puro, una borrachera de ideas abrumadoras que abarcan desde la balada mínima y absorta (Every day is the worst day of my life, un título que bien merecería una novela homónima) al empuje luminoso de unos Rasperries para la irresistible Ghost run free. Con escala otra vez (Still it’s not enough) en el legado de los firmantes de Bridge over troubled water, pero pasados por el filtro de Kings of Convenience, otros admiradores rendidos. Con los D’Addario empieza a pasarnos lo mismo. Porque lo de estos chicos ya no es ni un poquito normal.

4 Replies to “The Lemon Twigs: “Everything harmony” (2023)”

  1. Gracias por esta crítica tan apasionada y justa. Los descubrí con su primer album y ya no he sido capaz de perderlos de vista. ¡El 30 de mayo los veré en Zaragoza y cuento los minutos!

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