Desde la inesperada resurrección de sus Deacon Blue, con aquel The hipsters del que se cumplen ahora 10 años, Ricky Ross ha alumbrado cinco álbumes de la banda (tantos como en el periodo inaugural, entre 1987 y 2001), resurgido como artista en solitario y hasta entregado una preciosa y entrañable autobiografía, la recién nacida Walking back home, que algún valiente haría bien en traducir en castellano. No es la suya una segunda juventud, sino una brillante y refulgente edad madura, exenta ya de urgencias, focos y multitudes. Y esta segunda entrega de sus Short stories refrenda los mejores pálpitos de plenitud en el otoño de la vida: Richard Alexander Ross cumplirá en diciembre 65 añazos, pero, lejos de dar señales de agotamiento o insinuaciones de retirada, parece más predispuesto que nunca a seguir contándonos historias. Da igual si cortas o largas.

 

Porque el de Glasgow sigue no solo caminando (Still walking), sino ávido de transitar nuevos espacios y testimoniar con sus páginas musicales esa emoción que supone cada nacimiento de un nuevo día. Short stories vol. 2 refleja todo ello de una manera emocionantísima. Es un álbum intimísimo, cocinado a fuego lento ante el piano, desde una nocturnidad alevosa y melancólica, pero hermosa hasta el arrebato. No necesita Ross grandes alardes como instrumentista: las caricias de sus dedos al teclado bastan para transportarnos a ese universo de confidencias e incertidumbres, a un mundo en el que todos podemos habernos puesto de punta en blanco pero no tenemos ningún lugar a donde ir (All dressed up). A priori, al menos. Justo en la siguiente canción, The unpath, nos advierte (en traducción libre): “Amo las viejas maneras, pero me gustan aún más los caminos sin transitar”.

 

Puede que nunca haya sonado su voz, siempre hermosa y expresiva, tan deshilachada y pletórica de emoción como ahora. Ross matiza cada nota, pule las inflexiones, se desangra sentimentalmente frente al micrófono. Todo transcurre en voz baja y con el compás ralentizado, en una especie de sortilegio mágico entre oficiante y oyente. Merece la pena, mucho, dejarse llevar. Aceptar el envite, abandonarlo todo durante estos tres cuartos de hora de susurros y caricias. Nada necesitamos más, en tiempos de alboroto, que una compañía cálida y sincera para comprender que aún existen alternativas frente al burdo bullicio.

 

Rescata Ricky algunas viejas páginas de Deacon Blue (Your swaying arms, Bethelehem’s gate) en esta ceremonia del trance, pero ante todo se explaya como un enorme y poético contador de historias. Un hombre veterano que no le teme a la sinceridad ni las confidencias, al que puede quebrársele la voz en The unknown warrior y I am born o recuperar la emoción y amargura de un amor juvenil malogrado con la extraordinaria I was the Beatles (“Yo era los Beatles, tú eras los Rolling Stones / Traté de alcanzarte, pero nunca estabas en casa”). Y que desliza otro alarde melómano con The foundations, cuyo primer verso reproduce uno de los títulos más exitosos de aquellas luminarias del pop-soul británico: “Baby, now that I’ve found you…”.

 

Ross ha dejado nacer las canciones en la soledad de su cuarto de estar, sentado largas horas frente al piano, para después arroparlas con delicados y lindísimos arreglos de cuerda y, ocasionalmente, también de metales. Y para incrementar aún más la sensación de regreso al hogar, como el título de sus memorias, deja paso aquí y allá a su inseparable Lorraine McIntosh, pareja de arte y vida, y al también integrante de Deacon Blue Gregor Philp, que aporta mandolinas y guitarras. Y se vuelve esencial y memorable en otro de los platos fuertes, esa oda al amor consolidado que se titula Spanish shoes. El escocés hace mucho que ya no llena estadios, pero este acercamiento a la intimidad de un pequeño piano-bar es una pura bendición.

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