Los años no parecen haberles dulcificado el carácter a nuestros queridos Whigs Afganos, a juzgar por el brío, mala baba y rechinar de amplificadores que exhiben en I’ll make you see God para abrir esta nueva entrega. Es un arranque un tanto engañoso, que conste; un arrebato casi propio de los Queens of the Stone Age que luego no se corresponde con el mucho más sofisticado muro de sonido característico de los nueve cortes restantes. Desde que Greg Dulli refundó el grupo, casi ya una década atrás, este tercer álbum de la segunda etapa refrenda ese interés por diversificar estilos, ambientes y texturas, incluso con escalas tan acústicas en sus compases iniciales como Concealer. Que no es, ni de lejos, el único momento del álbum en que las cuerdas se encargan de aportar un distinguido ropaje a la escritura original.

 

En general, Dulli mantiene el interés y el músculo volviéndose menos grunge que en los años noventa y sensiblemente más mayestático. La robustez sonora de esta invitación a arder (un título tan expresivo como How do you burn? solo podía anunciar un buen álbum) se aleja cada vez más del crudo y algo rudimentario rock alternativo de los orígenes para acercarse a una grandiosidad que a veces puede evocarnos a Pearl Jam y, más sorprendentemente, a Robbie Robertson (Please, baby, please), U2 (A line of shots) y hasta, en un momento dado, a los también redivivos Tears for Fears (Catch a colt).

 

La impresión es que el narcisismo que tradicionalmente se le atribuía al mandamás de los Whigs se ha ido difuminando y Greg se preocupa más por su obra que por su ego. Y ello arroja resultados no solo espléndidos, sino entrañables; en particular, la soberbia The getaway, una de las últimas grabaciones del añorado Mark Lanegan, un momento de psicodelia orquestal a la manera de The Beatles (pero vía Oasis). No es habitual que las colaboraciones aporten tanto valor añadido, pero sucede también cuando Marcy Mays, de Scrawl, revive su vieja amistad con Dulli para Domino and Jimmy, el otro gran monumento del álbum.

 

Llegados a estas alturas, Dulli reparte adhesiones y reticencias con su grandilocuencia pero nadie le puede negar la concreción: 10 canciones sin redundancias, 40 minutos, la dosis oportuna de angustia vital en las letras. A ver quién es el guapo que le enmienda la plana.

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