En un mundo un poco más justo y equitativo, Strawbs perdurarían en nuestra memoria como una de las más grandes bandas que dio el Reino Unido en el tránsito a los años setenta. La suerte, sin embargo, nunca figuró entre sus aliados. Tuvieron los primeros días entre sus filas a Sandy Denny, la voz más pasmosa que conocieron las huestes folkies en las islas, pero no tardó en fugarse con Fairport Convention. Y a la altura de este tercer álbum en estudio, que es fabuloso, contaban con un prodigio de los teclados como Rick Wakeman, que (con buen criterio, o a modo de profecía autocumplida) vislumbró más posibilidades de futuro en las huestes de Yes. Y se incorporó, de hecho, a la banda de Jon Anderson sin llegar a presentar en directo este repertorio, que incluía sus virguerías al Moog y el órgano en esa maravilla llamada Sheep.

 

Eran muchas, en realidad, las joyas que se agolpaban en estos surcos. Strawbs habían partido del folk, se habían electrificado y la evolución en complejidad hacía que su folk-rock rozara en algún momento el rock progresivo, pero si desmadejamos este repertorio comprenderemos que los orígenes apuntan siempre a la campiña. La portada servía, justo en ese sentido, como una buena alegoría. En un primer vistazo puede parecer un mero laberinto de líneas enmarañadas. Se trata, en realidad, del negativo fotográfico de un árbol. Las raíces con la naturaleza, con la tradición, pero vistas desde otra óptica.

 

En ese mágico equilibrio de territorios e influencias, Canon dale puede recordarnos a unos Jethro Tull con cantante menos espasmódico (ni Dave Cousins ni Richard Hudson fueron nunca tan teatreros como Ian Anderson) y donde el sitar ocupa el papel protagonista que sus paisanos concedían a la flauta. El instrumento indio sirve como elemento central en Thirty days, pieza de atractivo instantáneo que podría haberse deslizado en algún disco de otro creador sobresaliente de la gran isla y de la época, Gerry Rafferty. Y el aroma a hierba recién segada se hace bastante evidente en otros momentos fabulosos, de The shepherd’s song In amongst the roses o el emblemático tema central.

 

Eran Strawbs tan grandes en aquella época que la producción de esta entrega la firma Tony Visconti, por entonces ya escudero de Bowie. Les hemos orillado tanto tiempo que ahora es momento de reencontrárnoslos con propósito de enmienda.

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