El granadino Tito Ramírez ha conseguido crearse un personaje a primer golpe de vista, pero él mismo ya es lo bastante singular como para que le reconozcamos y admiremos sin necesidad de tener delante la carpeta de su vinilo. La figura del caballero con antifaz es de por sí un hallazgo, como le sucedería al otro lado del Atlántico, de manera casi simultánea, a Orville Peck. Pero el estilismo solo sirve como refrendo, no como fin último, y Ramírez se consolida ahora como un espléndido rescatador de géneros viejunos que en sus manos reviven y mueven al regocijo. Si alguien cree que el cubano-mexicano Pérez Prado, el gran precursor del mambo, es una mera antigualla para nostálgicos o arqueólogos sonoros, no sabe lo que se está perdiendo. Información de servicio: Tito, que gusta considerarse “excelentísima perversidad” (sic), puede sacarle de esa zona mental de tinieblas.

 

Todo comenzó cuatro años atrás con The kink of mambo (2019), un debut a 33 revoluciones que pilló a contrapié a una escena española casi siempre a espaldas de las formas populares latinoamericanas. El Prince multiplica ahora el alcance del impacto, aprovechando además que el territorio está mucho mejor abonado. Atengámonos, sin ir más lejos, a la deliciosa irrupción de los jiennenses Los Mejillones Tigre, también muy predispuestos al baile con camisas de estampado tropical.

 

Alma sicodélica (Psychedelic soul), el tema inicial, parece remontarse a la protohistorial del rock en español, como si quisiéramos hacernos un hueco en la escuela del mismísimo Enrique Guzmán, un nombre que acabará volviéndonos a la mente en momentos como Diablo. Poder del amor (que también juega al spanglish y la mezcolanza idiomática, así que repite subtítulo bilingüe entre paréntesis: Power of love) entra ya de lleno en la sabrosura del latin soul descocado, entre el “Everybody’s moving” y el “Todo el mundo salta”. Su desparpajo acaba resultando adorable, pero no menos que el de Culpable (Guilty was the bugaloop), que imagina un juicio sumarísimo a ritmo de boogaloo y con un secretario judicial de indisimulado acentazo cubano. Todo muy loco; todo rematadamente desprejuiciado y divertido.

 

Do, Don’t suena antiquísimo por forma y fondo, como si su contemporáneo autor quisiera transmutarse en un Pablo Herrero escribiéndole epés iniciáticos al pipiolo Mike/Miguel Ríos casi seis décadas atrás. Igual que Evelyn, rocanrol de viejísima estirpe para meterle ficha a la chavala de tus suspiros en el guateque. Y todo ello para recalar en el mambo (El Prince, la sensacional Pal barrio), la gran especialidad de la casa, con una prestancia que las mejores alineaciones de Carlos Santana, medio siglo atrás, habrían bendecido sin dilación ni rodeos.

 

Ya casi al final, El predicador (Misa mambo) le inyecta al género una dimensión religiosa, invocaciones a Yahvé incluidas. Imposible disimular la sorpresa y la sonrisa, lo mejor y más característico de una entrega bailonga a la manera caribeña y psicodélica sin necesidad de hacer escala en San Francisco. Al contrario: la más alucinógena de las canciones, Yadda-Haddabadoo, no dirige la mirada a poniente, sino a Oriente. Y es, uf, tan divertidísima como una incursión en la discografía de Dengue Fever.

One Reply to “Tito Ramírez: “El Prince” (2023)”

  1. Voy a necesitar una vida para recuperarme de este ritmo.
    La nota de servicio muy de agradecer.
    ¡Qué manera de hacer historia!
    ‘Purple rain’ en todas sus versiones.
    Una portada muy de Zorro que tendrá su respuesta por parte del gran público, sin duda. ‘A ella también le gusta jugar, Mamma‘ … es toda una salsa en la que el swing de brazo y cintura da mucha altura.
    Un abrazo, Fernando.

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